Salte la navegación

Daily Archives: octubre 18th, 2008

Desfiladero

Jaime Ávilés. La Jornada

Mañana, a las 11:00 horas, habrá un pase de lista de adelitas en el Monumento a la Revolución. Pasado mañana, pero por la tarde, habrá otro, allí mismo, con las brigadas de varones. En ambos casos estará presente Andrés Manuel López Obrador, porque el martes, en el Senado, PRI y PAN tratarán de consumar la privatización de Petróleos Mexicanos mediante “pequeñas reformas” –“las que menos nos dividan” como país, según Manlio Fabio Beltrones– para que poco a poco los grandes consorcios internacionales en materia de hidrocarburos empiecen a adueñarse de la renta nacional de Pemex.

Claro está que eso no va a suceder, de ninguna manera, a menos que el Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo, que se ha preparado para honrar su compromiso con la historia en estos momentos, sea derrotado en la batalla cívica: eso marcaría la cancelación de cualquier tipo de expectativas para México como país viable. Pero ésta no es una argucia para agitar a los indecisos de última hora: es la lógica conclusión de un análisis colectivo que han puesto en marcha pensadores como el premio Nobel de Economía Paul Samuelson, y el escritor catalán Ignacio Ramonet.

En opinión de Samuelson, la debacle de Wall Street y todas las bolsas de valores del mundo “es para el capitalismo lo que la caída de la Unión Soviética fue para el comunismo”. Para Ramonet, se termina el periodo, abierto en 1981, con la fórmula de Ronald Reagan: “el Estado no es la solución, es el problema”. La verdadera solución de todas las necesidades de la humanidad, se nos dijo tercamente desde entonces, es el mercado. En estos casi 30 años, continúa Ramonet, se formó una burbuja financiera de 250 billones de euros, una masa virtual, de papel, seis veces mayor que el total del dinero circulante en el planeta. Pero de pronto, hace unas semanas, esa burbuja reventó.

En un abrir y cerrar de ojos se esfumaron “más de 200 mil millones de euros”. Acto seguido, la banca de inversión “fue borrada del mapa”; sus cinco entidades principales –Lehman Brothers, Bear Sterns, Merrill Lynch, Goldman Sachs y Morgan Stanley–, dice Ramonet, “se desmoronaron”. Con esos gigantes, agrega, se hundieron “los bancos centrales, los sistemas de regulación, los bancos comerciales, las cajas de ahorros, las compañías de seguros, las calificadoras de riesgos (de inversión en cada país)” y todos los eslabones de la cadena financiera mundial. Los rescates hechos en estos días por los gobiernos nacionales de Estados Unidos, Europa y Asia, subraya, “demuestran que los mercados no son capaces de regularse por sí mismos. Se han autodestruido por su propia voracidad”.

¿Cómo? ¿Los mercados se han autodestruido? ¿Entonces, en países como el nuestro, ya no tenemos ni Estado ni mercado, porque uno renunció a su rol social en beneficio del otro? ¿Y si esto efectivamente es así como parece, qué nos queda entonces? ¿Nuestras “sólidas” reservas internacionales? No tanto, porque esta semana se le evaporaron a Carstens alrededor de 10 mil millones de dólares y el peso cerró a 13 por uno, y no sabemos qué pasará la próxima. Recordemos que a Zedillo se le vaciaron las arcas entre el uno y el 19 de diciembre de 1994. Y Salinas de Gortari tuvo mucha culpa en ello.

¿Qué nos queda entonces? ¿Las remesas de los braceros? Tampoco: éstas cayeron más de 50 por ciento con respecto a 2007, y decenas de miles de migrantes vienen ya de regreso, sin perspectivas de trabajo, sin ahorros ni capacidad de seguir sosteniendo a sus familias. ¿Los excedentes de la venta del petróleo? Se ve difícil: los precios internacionales del crudo se desplomaron esta semana en forma tan alarmante que la OPEP se reunirá de emergencia para tomar medidas extraordinarias.

¿Podemos confiar, al menos, en los efectos refrescantes que tendrán en nuestra economía las utilidades de las empresas mexicanas que exportan a Estados Unidos? Desde luego que tampoco: Estados Unidos está prácticamente en recesión y, peor aún, se aproxima a una depresión, peor que la de 1929.

¿Qué, repito, nos queda entonces? ¿Los proyectos de inversión directa, las divisas que traerán los turistas? No, la respuesta es, una vez más, no: si los grandes bancos de inversión privada se hundieron, si la crisis en Europa, Japón y Estados Unidos obligará a millones a permanecer en sus hogares con una mano por delante y otra por detrás, tampoco podremos apostarle a los vacacionistas ricos.

Lo único que nos queda en estos momentos es el petróleo, y la capacidad de defenderlo, mediante la movilización ciudadana, para impedir que un grupo de oportunistas con disfraz de pingüino haga el negocio de su vida, abriendo “pequeñas” rendijas jurídicas en las leyes secundarias de la Constitución, de modo que tales agujeritos se conviertan en boquetes que poco a poco le permitan a Repsol, Halliburton, British Petroleum y otros piratas del Golfo robarnos la renta nacional de Pemex y la viabilidad del país.

Total, si esta vez, excepcionalmente, las cosas no salieran como ellos calculan que van a salir para que México “viva mejor” ; si factores imponderables alteraran sus patrióticos planes y a la hora de la hora las petroleras de Bush y Cheney nos arrebatan mucho más de lo que ellos habían previsto; si por casualidad México se va a la quiebra, como se fue Argentina con el “corralito” siete años atrás, esos políticos, para entonces, tal vez habrán cobrado la ansiada recompensa que les tienen prometida, y si aquí la situación se pone insostenible, incluso para la permanencia de la actual caricatura de “gobierno”, huirán en sus aviones privados, a gozar de sus fortunas en paraísos secretos que siempre estarán disponibles para ellos, donde compartirán la nostalgia y el caviar del exilio con la íntima satisfacción de haber hecho lo que se les pegó la gana en contra del incierto futuro y las legítimas aspiraciones de todo un pueblo.

Para bien o para mal, sin embargo, todo indica que eso es justamente lo que van a tratar de hacer el martes. En la reforma energética, dijo Calderón anteayer, “deben prevalecer criterios técnicos, no políticos”. No debemos fijarnos, según esto, en los riesgos enormes que va a correr el país si lo despojan de su última fuente nacional de riqueza: debemos pensar en las transferencias de divisas que quizá ya estarán pendientes de firma en alguna parte del globo, esperando los cables de las agencias internacionales de noticias que anuncien la privatización de Pemex, la que “menos nos dividirá”.

La semana próxima la historia va a saber dónde y cómo habrá de escribir los nombres de Manlio Fabio Beltrones, Francisco Labastida, Gustavo Madero, Santiago Creel, Carlos Navarrete, Graco Ramírez, y detrás de ellos, Jesús Ortega, Guadalupe Acosta Naranjo, Ruth Zavaleta, Beatriz Paredes, Claudio X. González y, detrás de todos ellos, Carlos Salinas de Gortari.

Albert Einstein

Albert Einstein

¿Debe quien no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una serie de razones creo que sí.

Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede parecer que no haya diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana -como es bien sabido- ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.

Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó «la fase depredadora» del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.

En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por sí mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y -si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos- son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.

Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: «¿Por qué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?»

Estoy seguro de que hace tan solo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?

Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.

El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de estos diferentes y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto «sociedad» significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual, y emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la «sociedad» la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra «sociedad».

Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido -exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral han hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.

El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.

Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del hombre deben ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos -que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos- en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es solo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.

Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad.

La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo -no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas. A este respecto, es importante señalar que los medios de producción -es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional- puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.

En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré «trabajadores» a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción – aunque esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es «libre», lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.

El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directa o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.

La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de «contrato de trabajo libre» para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo «puro». La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un «ejército de parados». El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a esa amputación de la conciencia social de los individuos que mencioné antes.

Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.

Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males: el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.

Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?

Albert Einstein

Monthly Review, Nueva York. Mayo de 1949

http://www.lospobresdelatierra.org/

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

La demagogia en tiempos de crisis, no engaña a nadie, se revierte contra quien la practica, exhibiéndolo, cuando menos, de torpe, como nos fuera dado observar en el Congreso local con la propuesta de Doña carolina, la diputada con aspiraciones de más, de reducir las dietas de sus colegas. Cuidándose, eso sí, de que no se toquen compensaciones, gastos de representación y gestoría, viáticos e ingresos extraordinarios por comisiones especiales, etc… ¿Usted estaría de acuerdo, Sra. Guillaumin, si la propuesta de la Sra. Gudiño aplicara a todos los ingresos que percibe un diputado, incluyendo aquellos que tienen asignados quienes participan en la coordinación del pacto para la gobernabilidad? Seguramente que no, es más, ya habría puesto el grito en el cielo y movilizado en su defensa a lo que queda del PRD.

Si realmente la diputación local, entendiendo el alcance de la crisis financiera internacional y como repercute esta en los bolsillos de sus representados, se dedicara a lo suyo, legislando en consecuencia para que la austeridad, la mesura y el buen juicio fuera aplicable a toda la administración pública estatal y municipal, eliminando lo superfluo en el ejercicio del gasto corriente y reorientando la inversión pública al rescate de la planta productiva, los veracruzanos no sólo revalorarían el papel del Congreso, le colgarían una medalla a cada diputado.

Pero no es así. Por más que se afirme que las señoras y señores diputados únicamente son “mandaderos” de sus representados, sacándose de la manga iniciativas que ni vienen al caso, que no son consultadas con los electores, ni contribuyen a mejorar la alicaída economía de la entidad, el valor que el pueblo le asigna a nuestro Congreso local deja mucho que desear; considerándosele simple extensión del poder ejecutivo estatal. En este marco de valoración, el desplante demagógico de Doña Carolina, en eso queda. Como medida tendiente a coadyuvar a hacerle frente a la crisis económica, ni perjudica ni beneficia, pero eso sí, socialmente confronta sin necesidad al Congreso con la ciudadanía en tanto exhibe la grosera distancia entre lo que gana un diputado y lo que perciben hombres y mujeres de a pie. Lo digo yo y no soy de ninguna manera “su vocero”.

pulsocritico@gmail.com

http://pulsocritico.com

En tanto que el Banco de México advirtió este viernes que los más recientes informes sobre exportaciones, consumo privado y empleo reflejan el embate de la recesión estadunidense sobre la economía mexicana, anticipando un mayor incremento de los precios al consumidor en los últimos meses de este año, AMLO llama a firmar un pacto en apoyo a la economía del pueblo.

Andrés Manuel López Obrador presentó una carta a la opinión pública donde expresa la necesidad de utilizar todo el poder del Estado para proteger la economía popular y el bienestar de la población.

Roberto Garduño. La Jornada

En conferencia de prensa, expuso una propuesta para suscribir un pacto en apoyo de la economía del pueblo, porque el desempleo –señaló– es el más alto de los últimos ocho años, la gente está angustiada por la escasez y mientras el salario mínimo se ha incrementado sólo 8 por ciento durante los últimos años, el promedio en los aumentos a los básicos es mayor a 100 por ciento.

Asimismo, el ex candidato presidencial acusó a Felipe Calderón de rescatar de la crisis a los potentados, por lo que convocó al Poder Legislativo y a los representantes de los sectores productivos y sociales a suscribir su propuesta de pacto: “ya es tiempo de hacer a un lado el criterio neoliberal, la cantaleta de dejar al libre mercado y a la libre competencia todo lo relacionado con la economía”.

“La crisis que está padeciendo la mayoría de los mexicanos y el agravamiento futuro de la situación económica y social exigen la inmediata intervención de los gobiernos y de todas las instancias del Estado.

“La gente está angustiada por el desempleo, por el constante aumento de precios en bienes y servicios y por la falta de dinero para cubrir los gastos de alimentación, educación y salud, y para pagar la luz, el agua, el gas y el pasaje”.

Refirió que “el gobierno usurpador sólo está pensando en rescatar a los potentados, sobre todo a banqueros y grandes empresarios, como ha quedado de manifiesto al disponer, hasta ahora, de más de 11 mil millones de dólares de las reservas internacionales para apoyar a especuladores y a quienes tienen grandes deudas contraídas en dólares”.

Por tales razones, propuso la firma de un pacto nacional mediante el cual se convoque y persuada a los representantes de los sectores productivos y sociales, y se apliquen todos los instrumentos de que se dispone –presupuesto, leyes, decretos, subsidios, controles y regulación, entre otros– para suscribir y llevar a cabo un pacto en apoyo a la economía popular.

A %d blogueros les gusta esto: