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Pulso crítico

José Enrique Olivera Arce

A muchas habladurías se ha prestado el anuncio de un cambio en el partido cuyo Consejo Nacional preside el senador veracruzano Dante Delgado Rannauro, así como la oposición que a dicha medida expresara el ex diputado local y ex presidente de Convergencia en la entidad Alfredo Tress.

Lo mismo se dice que a falta de un auténtico partido político, Dante Delgado entrega el membrete de la franquicia de su propiedad al movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador con vías a la elección presidencial del 2012, o bien que como una expresión más del oportunismo político que siempre ha caracterizado al senador veracruzano, de motu propio, sin acuerdo de las bases convergentes, se cuelga del tabasqueño para revitalizar su desgastada imagen. 

Y efectivamente, mucho es lo que se puede decir de Dante Delgado y de Convergencia, sobre todo en Veracruz, donde el hombre y su partido vieran la luz primera, y teniendo como antecedente cercano la elección de gobernador en el 2010

Sin embargo, a mi juicio vale la pena profundizar más en la decisión adoptada y puesta a la consideración del Consejo Nacional cuando ya se velan armas para la contienda por la presidencia de la República; abonándosele cierta lógica no a dante Delgado sino a la decisión colegiada de la cúpula convergente, que rebasa en sí misma  tanto la chabacana idea de  una aparente transacción comercial “poniéndose en venta la franquicia”, como que el cambio anunciado sea simplemente expresión coyuntural de oportunismo político del senador veracruzano.  

En primer término, pese a su reducido tamaño y mínimo peso específico en la correlación de fuerzas en la vida política nacional, no podemos hacer de lado que en dicho partido militan hombres y mujeres de carne y hueso, de diferente estrato social, que están en Convergencia por libre decisión y convencidos de que ésta es una opción política que conviene a sus intereses personales o de grupo. Decir que el cambio anunciado es decisión unilateral y definitiva de Dante Delgado, de espaldas a las bases, es menosprecio y ofensa a estas personas, etiquetándoles como menores de edad y privándoles de su capacidad para decidir si permanecen en el partido, o se van.  

Si están de acuerdo con el cambio, adelante. Y si no lo están, tomarán la decisión que mejor les convenga, como ya lo hiciera en Veracruz el gris ex diputado local Alfredo Tress, sedicente vocero de la corriente convergente más conservadora en la entidad. 

En segundo término, el cambio propuesto está a la consideración de la militancia tras la sesión del Consejo Nacional que aprobó por mayoría -174 votos a favor, 1 en contra y cero abstenciones-, la convocatoria para la realización de la Tercera Asamblea Nacional Extraordinaria, en la que habrá de escucharse a la base del partido y, en su caso, aprobarse tanto el cambio de nombre como de sus nuevas bases programáticas y estatutarias, en los términos establecidos por la legislación vigente que norma la vida interna y funcionamiento de los partidos políticos nacionales. 

Y tercero, más que oportunismo político, el cambio que se propone Convergencia, es a mi juicio, una medida pragmática con la que este partido se adelanta -en el marco de la crisis general del sistema político nacional- en la adecuación a una nueva realidad en la que, para la ciudadanía, los partidos políticos han dejado de ser referente válido de la democracia representativa. La correlación de las diversas fuerzas políticas en México ya no está determinada por la rigidez piramidal de la institucionalidad partidista, sino por una fluctuante y aún amorfa movilidad y movilización social que busca nuevos caminos de participación y expresión política. 

Pragmatismo que, renglón aparte, ya no es extraño a ningún partido político en México. 

Aclaro que mi opinión personal no es en defensa de Dante Delgado Rannauro, a quien considero mi amigo desde hace muchos años sin necesariamente coincidir con su manera de pensar y de actuar, como en su momento lo expresara en varios artículos a lo largo de la campaña electoral del 2010. Únicamente estimo que el simplismo de calificar la decisión convergente bajo los cánones tradicionales de la politiquería, no cabe en un intento serio por interpretar un fenómeno social y político que no escapa al clima de crisis tanto de las estructuras formales del poder, como de un intento de la llamada sociedad civil por modificar el actual estado de cosas.  

El tema es complejo y atañe lo mismo a todos los partidos políticos que a la sociedad en su conjunto, en la búsqueda de nuevos derroteros tendientes a remontar la crisis del sistema político mexicano. 

Si hoy un partido pequeño cambia de nombre, bases programáticas y estatutarias, con la aceptación de cúpula dirigente y bases, no es una medida al azar ni puede dejarse de analizar en el contexto más general de la vida política nacional. Si Convergencia se propone a estas alturas un cambio, es porque puede hacerlo en función de su propio tamaño y de una corriente social que está a favor precisamente de un modo diferente de hacer política. Los partidos mayoritarios, anquilosados y sujetos a toda una maraña de contradicciones e intereses, no están en condiciones de plantearse la más mínima modificación cuando ya la elección del 2012 está a la vuelta de la esquina. 

Desde el punto estrictamente electoral, Delgado Rannauro en su intervención ante el Consejo Nacional fue muy claro: “Lo hacemos ante la negación de la partidocracia para abrir espacios a las candidaturas de la sociedad; estamos trabajando para consolidar un gran movimiento ciudadano a favor del pueblo, en defensa de los que no tienen voz y a quienes se les pretende engañar desde el poder”. ¿Oportunismo? ¿Medias verdades, medias mentiras? Quizá en contenido y tónica del discurso, más no en una interpretación sensata de la realidad y de lo que anida en la percepción popular. 

Que ello favorece en la coyuntura a la posible candidatura de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la República, ante un nada imposible cambio de timón del PRD a favor de Marcelo Ebrard, sin duda. Convergencia, con nueva cara, pudiera postular como candidato ciudadano al tabasqueño, sin transgredir su base programática y estatutaria, la legislación electoral vigente y la voluntad expresa de sus bases, ganándose simpatía y voluntad del movimiento social “Morena”. Abriéndose con ello la puerta a la posibilidad en el mediano plazo de situarse, como un partido renovado, en  la segunda posición en la preferencia electoral nacional. 

En la inteligencia de que en términos prácticos, la cúpula convergente quedaría subordinada al tabasqueño; a la par que el partido se identificaría electoralmente como de centro izquierda, incluyente y moderado. Condición nada exenta de jaloneos, en tanto la militancia convergente e integrantes de “Morena”, se acomodan y ocupan el lugar que les corresponde en torno a un programa de unidad. 

Desde el punto de vista social, para el mediano y largo plazo, legitimidad y representatividad estarían en duda, de darse en Convergencia un simple maquillaje coyuntural para dejar las cosas como están. Ese sería el reto a considerar tanto por la militancia, simpatizantes y agregados de “Morena”, que desde abajo tendrían que impulsar un cambio auténtico, democratizando la vida interna del partido, sirviendo a la sociedad en la atención de sus demandas más sentidas y fortaleciendo el papel de la izquierda frente a la crisis partidista generalizada. 

En fin, hay mucha tela de donde cortar en un tema complejo. Corresponderá a los analistas más calificados y con información sensible a la mano, el desentrañar motivación y alcances de lo que se propone Convergencia con el cambio anunciado. 

Pero sin duda, quien tiene la última palabra es la militancia que pondrá a prueba su madurez y visión para secundarlo o rechazarlo. Sin perder de vista que la tentación de un gatopardismo a modo, pudiera dar al traste con el intento. Los políticos suelen atender más a su naturaleza que a la razón. Al tiempo.

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