Pulso crítico
J. Enrique Olivera Arce
Nueva etapa para Veracruz, la de la exigencia y el reclamo popular
Prácticamente desde el inicio de la actual administración se ha insistido en que lo heredado por el Dr. Duarte de Ochoa no era una perita en dulce; se señaló que el endeudamiento, desorden administrativo, corrupción e impunidad, así como el estilo personal, patrimonialista y opaco de Fidel Herrera Beltrán, constituían una pesada loza de la que, de no desprenderse, deslindándose para actuar en consecuencia, marcaría negativamente el sexenio duartista. Habida cuenta de que, entre la opinión pública, al joven gobernante se le identificara como pieza clave en la administración fidelista, comprometido a servir de tapadera a los desmanes de su mentor y padrino político.
Se insistió que el Dr. Duarte de Ochoa estaba más que obligado a: primero, asumir un bajo perfil mediático en tanto no se tuvieran todos los pelos de la burra en la mano; segundo, aceptar con humildad novatez e inexperiencia, encarando su propia circunstancia en el marco de un entorno económico, social y político adverso, resbaladizo e incierto y, tercero, entender que el momento del discurso triunfalista y sin sustento que impusiera Fidel Herrera, era cosa del pasado. El deslinde de las trapacerías de su antecesor era lo deseable para empezar con el pie derecho.
Duarte de Ochoa no lo vio así. Bajo su óptica y desde la visión que otorga el ejercicio del poder, lejos de asumirse humilde, realista y congruente, optó por lo contrario; alucinado por el resplandor cortesano del halago y una pésima asesoría que le fuera impuesta por su antecesor, se dejó llevar imprimiendo en este primer año de gobierno un estilo personal de gobernar ajeno, sujeto a la mano que mece la cuna, y extraño incluso a su propia personalidad. El “pinche poder” de su padrino político se impuso sobre el que, por merecimiento propio, debería haber asumido desde el primer día de su mandato bajo la premisa de que “el poder no se comparte”.
El resultado no es nada halagüeño. Al cerrarse el primer ciclo en la búsqueda de la tinaja de oro al fin del arco iris, Duarte de Ochoa, el hombre solo de palacio, confirmó lo frágil de sus fortalezas y debilidades en un mensaje a los veracruzanos cuyo hilo conductor fue todo lo contrario a lo deseable; soberbia, triunfalismo sin sustento, incongruencia, absolutamente nada realista y, salpicado de reiterados lugares comunes sobre una ilusoria utopía; lo que debió ser un mensaje optimista de aliento, terminó por ser justificación refleja del pesimismo con el que la ciudadanía contempla el cumplimiento del mandato que otorgara a su gobernador.
A escasos siete días prevalece la percepción de que medias verdades y medias mentiras, más mentiras que verdades, opacaron lo que de positivo y relevante puede atribuirse a la administración pública duartista en el primer año de gestión. El dar por un hecho que el ejecutivo estatal pagó la deuda contraída con el Instituto de Pensiones (IPE), así como el que todos aquellos que se acogieran al programa de retiro voluntario fueran liquidados puntualmente conforme a derecho, cuando no es así, fue un balde de agua fría arrojado a la cara de los afectados.
¿Austeridad en el gobierno que preside Javier Duarte? Cuando fue ostensible y público el derroche de recursos públicos para difundir un anodino mensaje, intento fallido por destacar la imagen del joven gobernante. La verdad reflejada en los hechos, se impone por sobre la palabrería hueca y la intencionalidad no explicitada.
Lo que pudiera rescatarse como positivo, como es el caso de la Universidad Autónoma Popular que, con esfuerzo y visión pusiera al alcance de los sectores más desprotegidos de la población la oportunidad de acceder a la educación superior, se diluyó perdiéndose entre tantos despropósitos.
Fuera de las gacetillas pagadas en los medios de comunicación, reproducción literal del boletín oficial, así como de la opinión sesgada e interesada de un puñado de bien pagados texto servidores y de aquellos que aspiran a serlo con iguales privilegios, nadie metió la mano al fuego por el gobernador de Veracruz. Más allá del círculo estrecho del priísmo cupular doméstico afín al gobernante, el mensaje careció del impacto deseado en el seno de una sociedad desencantada, cuya prioridad es paliar, cada quien a su manera, los efectos crecientes de la crisis que en todos los órdenes afecta al país. Para hombres y mujeres comunes, el cuando y que informara el gobernador en un día y hora impropio dedicado a la cotidianeidad del ganarse la chuleta, simplemente pasó desapercibido.
Las comparecencias de los integrantes del gabinete duartista, van en la misma tónica, con en el mismo tono pero sin el ánimo de quien, desde la cabeza, teje multicolor y próspera utopía no compartida. Al fin y al cabo sólo son empleados al servicio del titular del ejecutivo, como los son los diputados que interrogan libreto en mano. Entre unos y otros ofendiendo la inteligencia de los veracruzanos, simplemente cuidan no perder prebendas, canonjías y escandalosos emolumentos. Orden, austeridad, eficiencia y transparencia, no entran en sus planes e intereses personales.
Nueva etapa para Veracruz
Se abre una nueva etapa para la administración pública veracruzana, puntualizó Javier Duarte de Ochoa, sin convencer de que la precedente estuviera cerrada al aún solaparse corrupción, impunidad, improvisación y simulación. La suciedad heredada está vigente y quienes contribuyeran al endeudamiento y el saqueo, impunes figuran en el primer círculo del gobierno duartista.
Un nuevo año, quizá más complejo que el anterior nos espera, porque no existe sustento alguno que soporte lo dicho sobre el haberse creado las bases para un impulso certero de crecimiento y desarrollo. Como tampoco para enfrentar cuando menos con relativo éxito el punto de quiebre de la crisis económica y política que se avecina. Socialmente la población no está preparada para compartir lo mismo esfuerzos que desventuras gubernamentales ni otorga ya el beneficio de la duda a su novel gobernante.
La participación ciudadana exigida por decreto, no se hace sustentar en su premisa democrática como un proceso cultural permanente, de acierto y error, en el que la experiencia retroalimenta y enriquece a la ciudadanía; contemplándose a los veracruzanos como coadyuvantes de la tarea gubernamental y no como sujetos de su propio desarrollo. A los presuntos beneficiarios de estrategias, programas y proyectos, como señalara el gobernante se les aplica la fórmula del “castigo o recompensa”, los mandantes sometidos a la voluntad del mandatario, como conejillos de indias y no como seres pensantes capaces de construir por si mismos su futuro.
Con la soberbia por delante, careciendo de honestidad intelectual para reconocer que se marcha sin brújula y sin rumbo, la administración duartista inicia un nuevo año festinando sus costosos errores. Veracruz, siendo algo más que quienes le gobiernan, abre también un nuevo ciclo, el de la exigencia y el reclamo popular ante promesas incumplidas.