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Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

En relación al referendo que tuviera lugar el pasado jueves en Escocia, son dos aristas de este fenómeno que me llaman la atención y que sin duda llaman a la reflexión. Por un lado la madurez cívica de una población que abrumadoramente participara en la definición de su futuro como país y, por el otro, la capacidad del gobierno inglés para administrar el conflicto sin perder el control político y mediático. Recurriendo a la fuerza de las ideas, convenciendo, y no al monopolio de la violencia como históricamente ha venido sucediendo en Irlanda.

La población tuvo al alcance de su mano la argumentación en pro y en contra de la independencia de un país que desde 1700 fuera anexado a la corona británica, y actuó en consecuencia en el marco de la democracia representativa, con apego a la institucionalidad de un proceso en el que los órganos electorales se reconocen y respetan.

Sin falso triunfalismo quienes optaron por el no reconocieron ser mayoría, en tanto que los que esperaban una respuesta favorable al si, aceptaron el resultado del proceso comicial, esperando tener mayor suerte en el futuro. Sin incidentes graves que ensuciaran el evento, pese a la polarización puesta de manifiesto en el referendo, todos aceptaron con madurez el resultado. Cuando menos es lo que los medios de comunicación externaron sin mayor profundización de lo que pudiera estar aconteciendo bajo el agua.

Escocia optó por seguir formando parte de Inglaterra, con los pros y los contras que ello significa. El futuro dirá si el movimiento independentista cobra fuerza y le da la vuelta a la tortilla. Pero lo que a mi juicio es relevante es que este país del viejo continente, después del referendo ya no será el mismo, como tampoco será igual su relación con la corona británica y con la Unión Europea. El Reino Unido, rescoldo de un imperialismo venido a menos, como tal tampoco será el mismo tras haberse escuchado, atendido y negociado una añeja aspiración independentista, canalizándose la participación popular por la ruta institucional.

Un paso a la vez en el largo proceso de aproximaciones sucesivas en las aspiraciones de independencia, soberanía y libertad, que debería ser ejemplo para un país como México, en el que las aspiraciones de las mayorías para la cúpula del poder no se ven no se escuchan y mucho menos son atendidas, mientras el autoritarismo antidemocrático del presidencialismo de nuevo cuño trata de llegar para quedarse.

La diferencia estriba en que en el viejo continente se vive en una democracia representativa madura que, pese a sus limitaciones sistémicas, se sustenta en una ciudadanía también madura. En nuestra incipiente democracia, que por principio está secuestrada por la partidocracia, se piensa y se vive de diferente manera, careciéndose de una ciudadanía responsable y consecuente que sirva de contrapeso al poder institucional.

Así como se carece de una auténtica participación popular, organizada, con visión de su pasado histórico, de su presente y con una clara definición de que país desea para el futuro. Tal carencia deja espacio al autoritarismo retrógrado, así como auspicia el dejar hacer, deja pasar lo que verticalmente se le impone a la población desde la cúspide del gobierno. Cartucheras al cañón, quepan o no quepan, así se entiende y así se acata sin mayor talante crítico, reafirmándose el paternalismo con el que las clases dominantes manipulan y ejercen su control sobre las subordinadas.

En el mundo revuelto que nos está tocando vivir, nuevos aires independentistas ventilan el enrarecido ambiente de la crisis del capitalismo que, en su manifestación neoliberal no encuentra salida, profundizándose. El movimiento independentista de Cataluña que pugna por dejar de ser parte del reino español, está a la orden del día, cobra calor y, a diferencia de Escocia, el gobierno está resultando ser un mal administrador del conflicto, confrontando, provocando y exacerbando los ánimos; poniendo en evidencia a un caduco régimen monárquico que no acaba por dejar atrás al franquismo y sus secuelas antidemocráticas de exclusión y represión.

Cómo evolucione este movimiento está por verse. Por lo que toca a nosotros, no podemos hacer de lado que en México parece se quiere seguir la misma escuela del gobierno español, dividiendo, polarizando y forzando salidas impopulares.

Escocia y España, dos imágenes de un mismo conflicto que ya cobra naturalización en la geografía y geopolítica de un mundo globalizado que se reacomoda de cara al futuro, para seguir manteniendo los mismos patrones neoliberales del capitalismo salvaje sustentados en alta concentración de la riqueza a costa de pobreza y desigualdad.

La lección del viejo continente ahí queda. Toca a los pueblos asimilarle y actuar en consecuencia de acuerdo a los tiempos. Lo que sin embargo vale la pena rescatar para ya es que vale la pena considerar que no todos los movimientos sociales y políticos son iguales ni se repiten en forma y contenido, siendo muchos los factores internos y externos que condicionan su circunstancia. Según el sapo es la pedrada, decían los abuelos. Lo que tampoco se puede ignorar es que organización, inclusión y programa para la acción es determinante para su evolución y capitalización de la participación popular.

Así como no debería ignorarse que los partidos políticos tradicionales ya no tocan el son que la gente quiere escuchar y bailar. Ha llegado la hora en que los pueblos quieren expresarse por sí, sin intermediarios ni intérpretes que condicionen su destino.- Cd. Caucel, Yucatán, septiembre 21 de 2014.

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Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

Antes de aceptar reformas neoliberales a la legislación laboral vigente, valdría la pena echar un vistazo a la crisis que en todos los órdenes de la vida nacional, hoy amenaza al reino de España. Con el mismo argumento de modernidad, productividad, competividad y crecimiento económico para intentar paliar la crisis global, se revivió la lucha de clases bajo otros esquemas, otros modos de ver y hacer las cosas en las que el gobierno, imprimiendo recortes a conquistas y derechos de los trabajadores que culminaran con la precariedad del empleo y un desempleo cercano al 25 por ciento de la población, abrió la Caja de Pandora.

La idea de que la concentración de la riqueza y el incremento de la tasa media de ganancia en unos pocos para que satisfechos los intereses del gran capital los excedentes salpicaran al grueso de la población, terminó por hundir a la vida económica española y, no sólo eso, socialmente dio al traste con la ilusoria sociedad del bienestar que, en apariencia, colocaba al reino de España entre los países más desarrollados del primer mundo. La burbuja económico financiera reventó, exhibiendo el fracaso del neoliberalismo como fórmula superior del capitalismo para solventar sus crisis recurrentes.

Habida cuenta del desarrollo desigual y combinado de la sociedad española, las contradicciones al interior del reino se agudizan. Las regiones con más desarrollo relativo, como es el caso de Cataluña, no están  ya dispuestas a llevar  sobre sus espaldas la carga de las más pobres y atrasadas. Hoy los catalanes exigen su independencia del reino español en una clara intencionalidad de que, rascándose con sus propias uñas, como país independiente estarían en mejores condiciones de remontar autonómicamente una crisis que está tocando fondo en toda Europa.

Al tenor de lo que el PRIAN pretende imponer a los mexicanos con una legislación laboral regresiva como lo es la “ley Calderón-Peña”, a la que se sumaría una mayor apertura al capital privado, doméstico y externo en la industria energética, la experiencia que lastimosamente vive hoy el reino español debería prender los focos rojos en nuestro país. Con precariedad del empleo se abate no sólo calidad de vida de los trabajadores, también se incrementa el deterioro de un mercado interno ya de sí deprimido, al reducirse la capacidad real de compra de amplias capas de la población en demérito de la producción y el consumo de bienes y servicios, así como de la captación fiscal en la que se sustenta el quehacer gubernamental. Para la sociedad en su conjunto, son más los perjuicios que los presuntos beneficios en que se sustentara la aprobación fastrack  de la ley de marras.

Pretender imprimir modernidad al país con presuntos incrementos de productividad y competividad, flexibilizando el trabajo en beneficio de unos y el perjuicio para los más que hacen posible la generación de riqueza, rompe con la armonía deseada entre los factores de la producción. Los trabajadores en desventaja frente a la patronal no tardarán en reciclar en la práctica el viejo apotegma mexicano: “El asalariado hace como que trabaja en tanto que el patrón hace como que paga”. Amén de que la modernidad, productividad y competividad de un México que llegó tarde a la fiesta,  no depende exclusivamente de las relaciones laborales. Otros factores de igual o mayor peso, como idiosincrasia, acceso a la educación de calidad y al desarrollo científico técnico, infraestructura, pasando por la eficiencia y eficacia de las acciones de gobierno y el lastre endémico de la simulación, corrupción e impunidad, condicionan crecimiento económico, tasas de ganancia y distribución de la riqueza.

Esto sin considerar factores externos como el comportamiento de los mercados de capital, bienes y servicios en el mundo globalizado.

No bastan los parches a la legislación, como ya tampoco es de fiar el modelo neoliberal que pretende continuar la dupla PRI-PAN al servicio de los poderes fácticos en una escalada más de simulación, engaño y gatopardismo, en un proceso de fortalecimiento de la derecha en México que la izquierda institucional ni puede, ni quiere, ni sabe como frenar.

El país requiere de reformas estructurales de fondo y auténticas que promuevan crecimiento económico a la par que abatan desigualdad, pobreza,  precariedad del empleo y el peso específico de la corrupción en todos los ámbitos y niveles de la vida nacional. Reformas estructurales que sólo podrían tener lugar con una ciudadanía responsable, participativa, que consecuentemente rescate para sí la representación popular en el Congreso de la Unión, hoy secuestrada por la partidocracia rampante. Lo que a su vez necesariamente pasa por la democratización de la vida cotidiana empezando por la relación entre las cúpulas sindicales y sus bases, así como al interior de los partidos políticos. Sin democracia participativa México no tiene futuro. Cd. Caucel, Yuc., septiembre 29 de 2012

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