Pulso crítico
J. Enrique Olivera Arce
“Como mujer indígena y oprimida me doy cuenta de que unos cuantos mexicanos han desgraciado a nuestro país, llevándose sus riquezas, y con sus políticas han hundido en la pobreza a millones como yo”. Dijo Eréndira Be’j Hernández, ante miles de indígenas congregados en la cabecera municipal de Margaritas, Chiapas, para escuchar las propuestas del virtual candidato de la izquierda electoral a la presidencia de la República (La Jornada 15 de enero de 2012), y también para exigir que “los pueblos indígenas debemos ser incluidos por fin a este país con nuestros derechos plenos”.
La joven indígena, a decir de lo publicado, fue contundente al expresar ante el tabasqueño y sus compañeros ahí reunidos: “Nosotros los chiapanecos y las chiapanecas producimos energía eléctrica con el agua que tenemos, pero por las malas políticas somos los que pagamos las tarifas de consumo más caras; en la región norte del estado tenemos petróleo, y cada día nos castigan con el aumento a las gasolinas, y con eso sube el precio de la canasta básica. Sumado a todo ello, se carece de fuentes de empleo. Luego, con nuestro coraje nos vamos a las urnas con la esperanza de cambiar la situación de pobreza que padecemos, y después nos dicen que perdimos porque se robaron nuestros votos. Entonces, ¿qué nos queda, compañeros?”.
Lo expresado por la joven integrante de “Morena” (Movimiento Nacional de Regeneración Nacional), a más de impactarme, me recordó lo que Eréndira Be’j con pocas palabras resumiera de una realidad inocultable de quinientos años de explotación a que han estado sometidos nuestros pueblos indios. Llevándome a reflexionar sobre el proceso electoral en marcha y lo que sobre los aspirantes a la presidencia de la República dicen las encuestas.
A diario la prensa nacional da cuenta de si tal o cual personaje va adelante en las preferencias de los electores potenciales. Hablan de porcentajes, de un muestreo entre 4 o cinco mil entrevistados, dando por hecho que lo resultante es el sentir de más de ochenta millones de votantes potenciales. Nada más falso que lo que arrojan tales números y, peor aún, el que nos dejemos llevar por tal manejo mediático para sumar rechazo o simpatía en torno al producto mercadotécnico que nos venden encuestadoras y medios de comunicación.
¿Quiénes son los encuestados? ¿Qué sector de la población representan? ¿Quién paga las encuestas? Nadie entre la audiencia lo sabe. Lo que si es posible colegir es que una muestra de no más de cinco mil entrevistados, en su gran mayoría con residencia urbana y con teléfono en el hogar, no refleja el sentir y preferencias del México profundo, del México hastiado y desencantado, del México que no cuenta con teléfono pero que si padece hambre y exclusión del derecho a una vida digna; del México que late en los corazones de nuestros pueblos originarios.
¿O acaso alguien encuestó a los miles de indígenas chiapanecos que se concentraran en Las Margaritas? ¿O a los tarahumaras que se suicidan por hambre? No. Nadie los toma en cuenta, salvo para el día de la elección trocar su voto a cambio de limosnas, aprovechándose de su miseria pero ignorando su cultura milenaria, su identidad, su paciencia cifrada en una esperanza que nunca llega, su dignidad como seres humanos; no, al corazón de México no llegan las encuestadoras.
Los medios de comunicación nos dicen que de acuerdo a las encuestas Peña Nieto va a la cabeza de las preferencias electorales y que Andrés Manuel López Obrador apenas rebasa el 20 por ciento. Permítanme dudarlo, el mundo real, el de pie a tierra, el que conoce cara a cara al político tabasqueño, al que escucha su propuesta municipio por municipio a lo largo y ancho de este país, no conoce al virtual candidato del PRI. No puede el Sr. Peña estar en las preferencias de la mayoría de un país que, por cierto, el mexiquense no conoce. No puede ni debe confiarse en el “poder” de las encuestas.
Las palabras expresadas por Eréndira, también me han hecho reflexionar sobre un tema recurrente en los medios: el carácter “mesiánico” de la personalidad y propósitos de Andrés Manuel. Lo dicho por la joven indígena nos dice todo lo contrario. No se espera nada de López Obrador que no sea honestidad y compromiso, ni se espera que el anhelado cambio baje del cielo. Se le exige al lider indiscutible, con conocimiento de causa, a sabiendas de que el transformar a México no es tarea de un solo hombre o mujer. Es tarea de todos, incluidos nuestros pueblos originarios. Pero se reconoce su liderazgo y en él se deposita confianza y, una vez más, la esperanza de un país más justo, más humano.
Concluyo entonces que López Obrador no es ningún “Mesías” ni se propone ser tal. Es apenas, a mi juicio, un hombre-símbolo; el movimiento que encabeza, crisol en el que se funde la voluntad de cambio, y nada más. Con él, a través de “Morena” y no del PRD o ningún otro partido político, se identifican miles y miles de mexicanos, sin perder de vista que con él o sin él, el proceso de cambio ya inició y se consolida en el corazón de Chiapas, en el corazón de los olvidados de siempre arrinconados en las serranías, como lo dejara entrever Eréndira Be’j, al demandar y exigir y no pedir lo que en justicia corresponde. Lo que no nos dicen las encuestas.