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Tag Archives: Crisis del sistema político mexicano

Marcelo Ramírez R.

Sin consenso social favorable, el poder pierde su única base sólida de sustentación; por ello la ética es un componente esencial de la política, aunque transitoriamente hayan triunfado quienes la redujeron al arte perverso de la manipulación, pagando las consecuencias inevitables.

En las diferentes empresas humanas, cuando se llega a la decadencia, se considera la necesidad de recobrar el ímpetu perdido, corregir errores, poner a salvo la herencia del origen. La expresión volver al origen si bien se plantea como una consigna, precisamente porque se ha llegado a límites irrebasables, su viabilidad resulta prácticamente imposible. El nuevo comienzo puede inspirarse en el pasado, pero jamás puede reeditar ese pasado que como la palabra lo dice, quedó ahí, en un lugar de la historia único e irrepetible.


En México, los partidos políticos atraviesan, según todas las evidencias, una etapa de crisis que impone un nuevo comienzo. Las causas de la desviación de la ruta predeterminada son, desde luego, diferentes en cada uno de los tres partidos grandes a los que aquí nos referimos: el PRI, el PAN y el PRD; por tanto, las respuestas serán también diferentes, existiendo un solo factor común: en los tres casos volver al origen significa para ellos replantear los propósitos históricos que les dieron vida, pero actualizados para funcionar en el contexto de las realidades del mundo globalizado.


Recuperar las motivaciones quizá signifique hacer las cosas de manera distinta y aún opuesta a como muchas veces se hicieron, dando lugar a la crisis política a que se ha llegado. Consideremos en sus grandes líneas el nuevo comienzo de los tres partidos con presencia nacional y por tanto indispensables para mantener la estabilidad política del país, producto, entre otras causas, de la equilibrada presencia de los intereses contrapuestos de la sociedad mexicana de nuestros días, a través de la representación que impulsan los partidos y de la cual, hasta ahora y mientras no existan candidaturas ciudadanas, son los únicos responsables.


En primer término debe quedar claro que la renovación de los partidos (en el caso del PRD apunta a una verdadera refundación), es tema cuya importancia rebasa la óptica partidista, en la mayoría de los casos influida por conveniencias coyunturales de grupos e individuos. Por ello, aunque las reformas finalmente van a surgir de los actores con el poder suficiente para imponer las que consideren más acordes a su percepción de la realidad, ideología e intereses, la discusión pública favorece el involucramiento de la ciudadanía que, de esta manera, puede seguir el proceso de evolución de los partidos, teniendo elementos de juicio para darles o no el apoyo cuando aquellos soliciten su voto.


Aquí preguntamos sencillamente si estos partidos: PRI, PAN y PRD podrán reafirmar su identidad extraviada en las luchas internas protagonizadas por personajes que se comportan como sus dueños o guías insustituibles. Reafirmar la identidad supone, entre otras cosas, recuperar un discurso distintivo del que deriven planteamientos concretos para encarar los problemas nacionales. De estos planteamientos el fundamental se relaciona con el modelo económico más conveniente para revertir los efectos de la crisis, ante la cual las medidas adoptadas hasta el momento han sido absolutamente ineficaces. Mientras el modelo económico neoliberal es enjuiciado y corregido en los países donde originalmente fue adoptado y promovido, en México el panismo cada día menos humanista y más pragmático, sigue fiel al recetario del FMI y a las consignas del Consenso de Washington.


Para el PAN hoy fuerza política gobernante, el gran reto es darle fortaleza a la sociedad, pues la fortaleza no puede ser atributo de una sociedad empobrecida y entonces tampoco puede aplicarse el principio proclamado por los panistas de: «tanto gobierno como sea necesario y tanta sociedad como sea posible».


El PRD está urgido de alcanzar el objetivo, reiteradamente aplazado de promover una izquierda inteligente y unida en torno a un proyecto común, no proclive ni dependiente de los liderazgos unipersonales. Como el dios Cronos, el PRD devora a sus hijos y se derrumba cuando parece estar llegando a la edad de la madurez política, que le permita ser actor decisivo de nuestra transición democrática.


¿Y el PRI? Las victorias obtenidas en el último proceso electoral del 5 de julio pueden resultar engañosas dando lugar a proyecciones erróneas para el 2012 si, como señalan sus críticos, los estrategas priístas consideran suficientes las viejas recetas y no reconocen en su verdadera dimensión el peso de los ciudadanos que esta vez no votaron, aproximadamente el 56 % del padrón electoral y que pueden darle un rumbo diferente a futuros resultados. Impulsar al PRI para recuperar la presidencia de la república puede ser motivación suficiente para algunos miembros connotados del partido, con expectativas fundadas de obtener beneficios personales; no lo es, en cambio, para millones de electores que demandan gobiernos más eficientes y eficaces, cercanos a la ciudadanía y éticamente responsables. Por cierto, esta última palabra no debe entenderse sino en el único sentido que cobra en el contexto político: un gobierno con ética es aquel que reconoce en los gobernados su calidad de personas, es decir, que no los ve como medios, sino como destinatarios de su acción. Al actuar así, el gobernante se legitima, asegurando al mismo tiempo su permanencia en el poder. Sin consenso social favorable, el poder pierde su única base sólida de sustentación; por ello la ética es un componente esencial de la política, aunque transitoriamente hayan triunfado quienes la redujeron al arte perverso de la manipulación, pagando las consecuencias inevitables.

La ironía del sentido figurado en las declaraciones del secretario de Hacienda está en que, como señala en Reforma Enrique Quintana (06.03.09), un catarrito lo puede uno resolver hasta con medicina casera en tanto que un tsunami lo más que se puede hacer es correr hasta una colina para evitar que las olas te arrastren.


La paradoja de los consejeros electorales del IFE es que para tener sensibilidad social dicen que tienen que desobedecer la ley en medio de una danza de sueldos que resultan ser insultantes.

Para ilustrar la gravedad de la situación de la seguridad pública y la urgencia de actuar que la circuntancias le imponía al Presidente un secretario de Estado advirtió que de no hacerlo podríamos tener a un presidente narco.

Mas allá de analogía, paradoja o hipérbole, algunas declaraciones recientes de funcionarios públicos o actores sociales relevantes, tienen un rasgo en común. Un profundo desprecio a la inteligencia de ciudadanos y ciudadanas.

Esto aparece claro en los tres problemas centrales que definen la coyuntura actual: la crisis económica, la seguridad pública y la crisis de representación política.

En lo que respecta a la crisis económica aún ahora el Ejecutivo federal se resiste a reconocer la profundidad y el horizonte de varios años que la caracterizará antes de que se pueda reconocer que se ha superado. No se trata de regodearse en el pesimismo o convertirse en agoreros del desastre. Se trata de partir de un diagnóstico sereno y prudente, compartido por la mayor parte de las fuerzas políticas y sociales. Sin fugas hacia adelante y capaz de generar la más amplia disposición para la acción y para su superación. Se requiere partir de reconocer su severidad para entonces plantearse instrumentos, programas y políticas que correspondan con la urgencia del momento.

Ahora que se hacen muchas referencias a la crisis del 29 y a la manera de enfrentarla por el gobierno de Roosevelt es útil recordar que las políticas públicas de entonces no salieron de la nada. Aunque el marco conceptual venía siendo elaborado por Keynes, fue sobre todo la audacia y sentido de Estado del equipo de Roosevelt que se abrió a aprender de la experimentación -del ensayo y error- lo que permitió convertir el marco conceptual ya existente en un cuerpo de propuestas públicas ampliamente compartido por todos los actores.

En lo que respecta a la seguridad pública todos sabemos que los ámbitos que requieren ser enfatizados son el lavado de dinero, el tráfico de armas, los centros de inteligencia del Estado y un amplio programa de prevención sustentado en la participación de jóvenes, vecinos y padres de familia. Pero en vez de deliberación pública que lleva a acuerdos y acciones compartidas lo que hemos tenido es reclamos mutuos. Y luego la más insólita de las peticiones que haya surgido de boca de políticos profesionales. Que no hay que politizar el tema de seguridad pública. ¡Al contrario hay que politizarlo precisamente para que no se deslice hacia una visión que privilegie sólo el uso de la represión! En medio de estos dimes y diretes se cuelan visiones hegemónicas caracterizando al Estado mexicano como un Estado fallido.

Empero es en la crisis de representación donde se condensa y magnifican las demás. Todas las encuestas de opinión desde hace varios años, pero más pronunciadamente en los últimos meses resaltan en el estado de ánimo de la ciudadanía un creciente foso de separación entre representados y representantes. Las bajas calificaciones que obtienen sobre todo partidos políticos y congresos junto con las altas calificaciones que en general obtienen en América Latina los presidentes de la República y el diverso grado de adhesión a la democracia señalan sin duda dónde se encuentra el centro de los bloqueos que impiden avanzar en un camino compartido para enfrentar crisis económica y seguridad pública.

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