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Tag Archives: Deterioro social

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

En los tiempos que corren la inseguridad no es un asunto menor. Habiendo trascendido el marco de la historia negra marginal que se ventila en barandilla, ha pasado al escenario político y social en el que la percepción ciudadana cuenta y cuenta mucho en tanto le vincula con corrupción e impunidad generalizada, en un Estado-Nación en el que el Estado incumple con su propósito sustantivo y la Nación en un proceso ascendente de deterioro y pérdida de identidad y de valores se nos escapa entre los dedos.

El problema no es encontrar culpables, pretendiendo que tal o cual funcionario cumplan o dejen de cumplir con aquellas responsabilidades y obligaciones que la sociedad mandata, como observo en el manejo de cierta prensa en Veracruz que encuentra en la denuncia y el morbo acogida entre los sectores más atrasados de la población, a la par que abona al conflicto político electoral llevando agua al molino del mejor postor.

En todo caso, los responsables y con un alto grado de culpabilidad somos todos. La inseguridad pública deviene del rechazo de la población a involucrarse en la conducción de los destinos de la sociedad. La ausencia de ciudadanía deja espacios que la delincuencia, común, organizada, de cuello blanco, o gubernamental, paulatinamente ocupa hasta dominar el escenario; envolviéndonos y dando lugar a un doble poder en el que el Estado cede, deja hacer, deja pasar, terminando por encubrirse bajo la máscara del aquí no pasa nada.

De ahí que a mi juicio la denuncia periodística sea irrelevante; son más los lectores que optan por desentenderse que los pocos que podrían interesarse u obligarse a tomar cartas en el asunto. El servidor público lo sabe, y la crítica le resbala, fortaleciéndole en tanto que quejas y denuncias en su contra contribuyen a darle presencia, protagonismo e importancia en el seno de la sociedad. Y, cuando la voz de la prensa es escuchada, si la autoridad actúa positivamente en consecuencia, algo hay detrás, intereses a los que conviene hacer como que se hace poniendo en la picota al presunto o infractor. Retornándose al principio, corrupción e impunidad por encima del interés legítimo de la sociedad.

Cuando se no quiere ver más allá de nuestro propio ombligo, violencia e inseguridad se descontextualizan. Se ignora su carácter de fenómeno social generalizado, y se politiza y partidiza con criterios aldeanos de buscar responsables entre aquellos adversarios que interesa descalificar. Consecuencias y no causas entonces se privilegian y el problema toma el cauce de lo insoluble; si tiene solución que bueno y si no, también.

El afán enfermizo de una minoría por acumular bienes materiales, como sea y sin importar el costo social que ello implique, crea las condiciones sistémicas de acumulación y concentración de la riqueza, desigualdad, pobreza, corrupción e impunidad, caldo de cultivo estructural de violencia e inseguridad en una sociedad en la que el fin justificando los medios, le tiene atrapada en el capitalismo salvaje de nuestro tiempo. Este es el adversario a vencer y no las individualidades que le ejemplifican.

En este marco el caldo económico, social y político de cultivo de delincuencia e inseguridad, queda no sólo incólume, sino que se extiende y profundiza. En este nauseabundo pantano, queja, lamento, crítica o denuncia, siembran en terreno esteril, hasta disolverse en el ácido corrosivo de la indiferencia social.

Quiza esta sea la razón por la que evado concientemente en mis maquinazos el tema de policías y ladrones. La solución a la problemática no se encuentra litigando a periodicazos ni se abona al terreno de la seguridad ciudadana individualizando el fenómeno y ejemplificándolo con la denuncia al calce. Antes al contrario, como suelen decir algunos políticos dados a los lugares comunes, lo que resiste apoya; impunidad y miedo van de la mano fortaleciendo la ilegalidad y disminuyendo capacidad de indignación y de respuesta social. La población se esconde tras la puerta y la participación ciudadana brilla por su ausencia, cediendo espacios a las conductas antisociales.

Habida cuenta de que lo mismo delinque el malandrín que se ostenta y actúa como tal, que el servidor público que en el mejor de los casos tolera la conducta del primero sin que pase nada, la erosión del estado de derecho no tiene freno, contribuyendo a la disolución del Estado y a separar a éste de lo que entendemos por Nación.

Lo cual da a la problemática de la creciente criminalidad e inseguridad el carácter de asunto de Estado y de seguridad nacional. Algo muy ajeno al amarillismo y escándalo que suele acompañar a la denuncia periodística poniendo en la picota a ciudadanos o servidores públicos de medio pelo.

Por su trascendencia e impacto en la vida presente y futura de la sociedad, entonces el tema de la violencia criminal e inseguridad pública, debería tipificarse como un fenómeno estructural de primer orden, lo que no se hace, dejando su solución al garete y en manos de autoridades administrativas que la mayor de las veces no cumplen con su encomienda.

Más cuando se es juez y parte, sirviendo a los intereses del poder fáctico y no a la mayoría de la población. La criminalidad de cuello blanco que no se ve pero se siente, es intocable. Razón por la que privilegiar atención y respuesta a la ilegalidad creciente, no tiene cabida en el reformismo presidencial de moda. Combatir con honestidad, eficiencia y eficacia a la corrupción, delincuencia e inseguridad, equivale a escupir para arriba, mala costumbre que no figura en la conducta de nuestra clase política, siempre al cuidado de que no le pisen la cola.

Hojas que se lleva el viento

Curioso caso el del anuncio y amplia difusión del proyecto de construcción de un nuevo aeropuerto para la capital del país. Atiende a las necesidades del gran capital y no resuelve en nada el rezago económico y social de la gran mayoría de los mexicanos. Y, por si fuera poco, para el secretario de comunicaciones y transportes, la panacea aeroportuaria será costeada con recursos públicos, en terrenos propiedad del gobierno y será propiedad de este y no privada, “por ahora”. Curioso, sí, porque de acuerdo con el funcionario peñanietista, los bienes públicos a partir de este régimen son propiedad del gobierno y no del Estado nacional.

-ooo-

No hay peor ciego que el que no quiere ver (o reconocer) El senador Héctor Yunes Landa cual llanero solitario habla y habla, dice y dice, que el Segundo Informe de Gobierno del mexiquense Peña Nieto muestra fehacientemente objetivos cumplidos a favor de los mexicanos. Tanto habla y tanto dice, que más que convencer de su valía como aspirante a gobernar a Veracruz obtiene lo contrario en una entidad en la que el PRI va de bajada arrastrado por el reformismo peñanietista.

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Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

A 18 meses de gobierno de Enrique Peña Nieto signos ominosos ensombrecen el panorama nacional. Estancamiento y retroceso económico, pérdida de expectativas de bienestar y un clima de inseguridad que ronda a lo largo y ancho del país, conforman prolegómenos de un Estado fallido.

El orden de prioridades de las grandes tareas del desarrollo está trastocado, la necedad de imponer reformas con simultaneidad y en cascada, contrarias tanto al sentir de amplias capas de la población en lo interno como a las tendencias más generales de recomposición y corrección de rumbo en un mundo de cabeza, lo mismo empantanó el quehacer político legislativo que frenó la actividad económico productiva a lo largo y ancho del país.

La vida social, a rastras de estrategias fallidas en materia de seguridad pública y políticas equívocas de atención a los avatares del mercado por sobre las necesidades reales y sentidas de una población en su gran mayoría empobrecida, agudiza su deterioro profundizándose pobreza y ampliándose la brecha de la desigualdad a la par de expresiones de descontento y hartazgo. Las reformas presuntamente estructurales no aterrizan y el tiempo ya juega en contra de los propósitos neoliberales de un presidente que, de 266 compromisos de campaña avalados por notario público, se le reconocen a lo largo de su mandato únicamente 13 (Vanguardia 12/05/2014).

Y en este marco, no son pocas las voces que advierten que en diversas entidades del país existen condiciones de gobierno fallido, que aceleran el proceso de deterioro social e inhiben tanto la consolidación de la fábrica nacional como nuevas inversiones productivas y generación de empleo, que ya se reflejan en los indicadores de desempeño económico nacional.

De acuerdo con informes del Banco de México y números duros del INEGI, la economía está estancada y con visos de recesión. Advertencia de entes autónomos que lejos de tomarse en cuenta por el poder ejecutivo federal, son desmentidas por el propio presidente y su secretario de hacienda, que sin el menor rubor, propalan que “la economía va por buen camino” y que, lejos de pisar los umbrales de la recesión, se transita por un camino sólido sustentado tanto en una macroeconomía boyante como en el incremento de exportaciones y crecimiento del aparato productivo estratégico.

Contradicción a los más altos niveles de la conducción económica del país, que lejos de asentar las aguas, propicia mayor desconfianza e incertidumbre, cuando a ojos vista la realidad nacional, si, la que se palpa en el terreno microeconómico y se mide en el bolsillo de los mexicanos, estancamiento y retroceso ya es evidente, reflejándose en desempleo, bajos salarios y pérdida del poder adquisitivo.

La población se llama a engañada y las promesas de bienestar a la vuelta de la esquina gracias a las reformas peñistas, se siembran en terreno infértil. La crisis de credibilidad en el gobierno y sus actores, se acentúa, a la par que la aceptación de Peña nieto por sus gobernados a la baja y polarizándose.

Si mediáticamente al secretario de hacienda se le consideraba el hombre fuerte, poder tras el trono, su fracaso en la conducción de la economía le ubica ya como triste caricatura objeto de escarnio y rechazo, señalándosele como el artífice del fracaso de Peña Nieto en el propósito de modernización, incremento de productividad y competitividad en la fábrica nacional.

Mal augurio que ya se hace sentir en una partidocracia ineficaz que no logra establecer acuerdos en torno a las iniciativas presidenciales, haciendo prevalecer intereses partidistas y dictados de los poderes fácticos que lejos de fortalecer al retorno del presidencialismo autoritario, le desgastan, estorbándole.

Y en esto último, el Partido Revolucionario Institucional se pone en evidencia como incapaz para brindar sustento social a Peña Nieto. Antes al contrario, marcha a la zaga de la movilización popular, ganándose a pulso crítica y rechazo de las mayorías.

Veracruz no es ajeno a este escenario. Pese a opiniones oficiales en contrario, números duros registran desempleo creciente, ausencia de crecimiento económico, y barruntos de recesión, contribuyendo al pésimo desempeño de la economía nacional. Condición que se hace acompañar de endeudamiento, corrupción e impunidad en las esferas de la administración pública, auspiciando deterioro y reclamo social, hablándose ya en círculos calificados de un gobierno estatal fallido, sin pies ni cabeza que se niega a reconocer la realidad de su crisis.

En esto andamos y no hay sol que nos caliente. México se deshace y no hay para cuándo ni cómo evitarlo.

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