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Tag Archives: Día de muertos

Ciudad Cotidiana

Alejandro Hernández

 “Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando”.
Rabindranath Tagore 

Diego Rivera / La catrina

Mi ciudad se engalana en estos días para los muertos; hay fiestas de todo tipo, paganas unas y sosegadamente rituales otras, según mandan nuestras tradiciones. En unas casas hay impropias fiestas de disfraces y en otras altares sacros. Pero sean de uno o de otro modo los que celebran a la muerte, y a pesar de su aparente falta de respeto hacia ella, no dejan de guardarle un respeto contrito a aquella que, dicen, habrá de venir por nosotros algún día, ocasionándoles con ello un gran dolor a nuestros deudos —o quizá no tanto—.

Y es que a veces la muerte duele porque se lleva a alguien que uno quiere, otras duele porque se lleva a alguien que a quien nosotros queremos quiere. La muerte no es buena, la muerte no es mala, la muerte tan sólo es la muerte y a veces, nadie sabe cuándo, resulta hasta indispensable.

Yo he llorado cuando alguien al que he querido ha muerto. Por mi abuelo, que tenía el cielo asegurado; por mi padre, que no dudó nunca que existiera; por una tía que de tanto que sufrió cuando vivió se lo ganó completito; por un amigo que cuando decidió empezar a vivir se mató; por otro que, igual que el primero, no debió morir — ¡Ja!, como si me tocara a mí decidirlo—. He llorado, también, cuando lloran los amigos, hermanos, hijos o esposos, de los que se mueren. No quizá por dolor entonces sino tan sólo por una sincera solidaridad, o quizá por duelos viejos que no se terminaron cuando debían.

He llorado por las lágrimas de mi esposa cuando ha perdido a alguien, tal vez no con el mismo dolor, pero sí con uno muy parecido porque daría lo que fuera para que no llorara. He dicho frases de pésame y las he escuchado y nunca, ni en unas ni en otras, he dado el consuelo que yo hubiera querido ni lo he recibido tampoco; en cambio he visto unos ojos mirarme y me he sentido reconfortado. He tratado de ver a alguien que sufre de la misma manera y he deseado consolarle un poco al menos. ¿Será, acaso, que cuando la muerte está cerca deja sin esencia a las palabras y por eso suenan huecas cuando uno dice: lo siento?

La muerte libera al que muere, es verdad, pero hace libres también a los que le sobreviven. La muerte es el fin de un ciclo, el que tuvieron el vivo y el muerto, y es, también, el principio de algo más trascendente: el comienzo del olvido o el inicio del recuerdo. La muerte es purificadora, libera al que muere de todos sus defectos; es, también, una cuestión de justicia: un vivo bueno viviendo por mucho tiempo corre el riesgo de volverse malo, un vivo malo viviendo una larga vida casi nunca se vuelve bueno. La muerte, entonces, no da tiempo de corromperse a unos y no deja corromperse más a otros.

La muerte es una puerta que lleva a muchos paraísos, uno por cada persona que ha vivido desde que el primer hombre tuvo que morir. Nunca a muchos infiernos porque el arrepentimiento siempre llega cuando se exhala el último suspiro y casi no hay muertos sin perdón o dolientes implacables, y si los hubiera, para eso está el tiempo que lo absuelve todo; por eso las tumbas vacías y sucias no son rencores y sentencias visibles, son perdones por olvido. Hay quienes van y limpian los mausoleos de sus difuntos para seguir perdonándolos o para seguir pidiéndoles perdón, hay quienes se perdonan tan sinceramente que se olvidan mutuamente para siempre; por eso yo creo que las tumbas abandonadas son los perdones más auténticos.

La muerte puede que no sea ni tan muerte como dicen que es porque, ¿quién nos asegura que la vida no es la muerte de una vida anterior? La muerte es inquietante no porque sea muerte sino porque, quizá, es más vida.

Llorar cuando alguien muere libera porque el llanto es perdón. A veces es odio, a veces es impotencia, otras más es remordimiento, pero siempre, siempre, llorar alivia. Por eso, el que tenga muertos que les llore cuando convenga, el que tenga vivos que les sonría cuanto pueda y el que esté muerto, si es que hay conciencia de estarlo que llore también para perdonar, para recordar… o para vivir.

Si la muerte es nacimiento la vida es, entonces, el principio de la muerte y viceversa. Y yo digo que a lo mejor nacer o morir son casi una misma cosa y por eso en ambos casos, se nazca o se muera los que están junto a uno siempre lloran; tal vez si tuviéramos la certeza de que ambos acontecimientos son la línea de un mismo círculo sus lágrimas siempre serían de alegría.  

Xalapa, Ver., Octubre 31 de 2011

LA MUERTE, ÚLTIMO REDUCTO CONTRA LA IGNOMINIA

Ramón Acevo/octubre del 2008

“Esperanza hay, pero no para nosotros.”

Franz Kafka

El poder tiene límites inciertos en concepción, tiempo y ejercicio, necesariamente surge y permanece a la sombra de otro poder que no goza de mayor certidumbre a pesar de ser un tanto más añejo y anejo a otras manifestaciones de dominio que a su vez lo anteceden, Sócrates afirmaba que no había verdadero poder a espaldas del bien, ni tampoco verdadera felicidad, Arquelao, hijo de Perdicas y Rey de Macedonia -citaba en un ejemplo-, no podía ser feliz aunque detentaba un poder tiránico; como no entiendo el griego me queda la duda de si la infelicidad no se daba a pesar de estar en el poder arbitrario o precisamente por poseerlo, en estos casos no queda más que fiarse del traductor, de cualquier manera la visión ideal del mando como la oportunidad de actuar en beneficio de los demás, la de ser un mandatario, no es compartida por la gran mayoría de quienes se encuentran en una situación de predominio sobre otros, es común que consideren que lo que tienen lo obtuvieron gracias a su habilidad innata y a su excelso manejo de las relaciones públicas humanas y etéreas (“Gracias a Dios y al Gobernador he llegado al puesto en el que estoy…” soltó hace poco en un discurso ante estudiantes que se graduaban, un joven político víctima temprana del síndrome del ladrillo), los votos y la formación profesional se consideran si acaso como males necesarios; las sensaciones que emanan de la posesión de un territorio moral, virtual o concreto suplantan a la percepción del goce de la misma manera que lo hacen las drogas, coincidentemente poder y estimulantes generan adicción.


Pese a esta introducción no pretendo abordar la cuestión del dominio sino la posibilidad de escabullirse del mismo, dada la circunstancia de que aquí y ahora no parece haber nadie interesado en los principios éticos del ejercicio de la autoridad, ni en la felicidad propia o ajena y mucho menos en el pensamiento socrático, posiblemente ni siquiera en el pensamiento, entendiéndolo como el ejercicio de la razón.

La manera tradicional de asumir los derechos de la gente es la aplicación de ese artificio humano que son las leyes, ese conjunto de normas, históricas muchas de ellas, que establecen los límites intangibles que todos y cada uno asumimos para garantizar la convivencia pacífica y ocasionalmente equitativa; en función del marco legal establecido contamos con tres poderes, uno que establece los códigos en base al interés de las mayorías (por lo menos esa es la intención primaria), otro que los aplica y el tercero que sanciona toda violación de los mismos, en teoría estos poderes son independientes y corresponsables del bienestar social, en la práctica son cómplices y responsables absolutos del malestar generalizado.

El hecho de que la quinta parte de la población de México se encuentre viviendo fuera del país da cuenta de la práctica racional o intuitiva de un mecanismo de defensa frente al abuso del poder, si me coloco lejos de tu alcance no me puedes perjudicar. Pero no todos podemos o queremos recurrir a esa posibilidad o bien algunos no la quieren asumir de esa manera, en las últimas semanas han ocurrido una serie de manifestaciones que rebasan significativamente la amargura del exilio, respuestas radicales a la corrupción del sistema que evidencian la situación extrema que vivimos en estos momentos en el país y en el mundo, el abandono de la existencia como acto conclusivo frente a la arbitrariedad ejercida desde el poder, por más que intenten todavía abusar de la memoria de los muertos.

Por absurdo que parezca hay quienes se valen de la influencia que les da un puesto de cualquier nivel para arruinar la carrera de un genio, y lo más triste es que se ufanan de ello; ante la incapacidad de construir destruyen, ante la imposibilidad de producir belleza ensucian todo lo que encuentran a su paso, mancillan obras y nombres con la arrogancia que les brota de la ignorancia supina, del desparpajo que les permite la insensibilidad y de la incapacidad para imaginar el futuro, la inmediatez, el odio visceral y la mezquindad son sus atributos, es tal su afán demoledor que la mejor manera de frustrar sus planes, por atroz que parezca, es la inmolación, el poder destructivo pierde su razón de ser cuando no queda nada que destruir.

“Agradezco no ser una de las ruedas del poder, sino una de las criaturas que son aplastadas por ellas”, señaló Rabindranath Tagore a quienes quisieron utilizar su fama, los anhelos triunfales de los dirigentes son sueños vanos, pesadillas que se quedan olvidadas en la noche de los tiempos, “El alarde de la herádica, la pompa del poder/ y todo su esplendor y toda su abundancia/son dejados detrás a la hora inevitable./Los sueños de gloria no conducen sino a la tumba.” escribió Thomas Gray allá por 1760. La monja que escribía poemas nos mola tanto como el joven general que edificó un imperio o el alocado músico que elevó el barroco al éxtasis o el pintor que plasmó en una tela el rumor de los trigales, el mundo es de los genios y los demás tenemos el privilegio de disfrutar sus obras, los mediocres que se hacen con el poder y el dinero son un accidente apenas registrado. ¿Acaso importa quién gobernaba Atenas cuándo Sócrates fue condenado?, ¿Qué aportaron a la humanidad sus jueces?, ¿Vale la pena recordar el nombre del fraile que fastidió a Juana de Asbaje?, ¿Recuerda alguien quienes fueron los asesinos de Federico García Lorca?, ¿Quién era el hombre más rico del mundo cuándo Cervantes escribió El Quijote con apenas dinero para papel y tinta?.


El dolor por una muerte lo sentimos como sal en carne viva cuando sabemos que esa persona no debía morir todavía, cuando nos deja huérfanos de su música, de sus artículos, de sus libros, de su lucha. La rabia emana de lo profundo cuando vemos que los gobernantes ni siquiera disimulan su desprecio a los gobernados, que para ellos es más importante proteger las corruptelas más insignificantes de sus esbirros que defender el mínimo de los derechos ciudadanos.


“Se suicidó por decisión propia, nosotros no tuvimos nada que ver”, declaró a la prensa en estos días un funcionario de protervo historial que con su pretendida elocuencia intentaba librar a su jefe de toda responsabilidad en el fallecimiento de un líder campesino que se prendió fuego en protesta porque se negaron más de cien veces a recibirlo (¿acaso el derecho de audiencia no está plasmado en la Constitución?), semejante explicación es un insulto tanto por el criminal manejo del castellano como por el afán de eludir una culpa que no les cabe en el cuerpo.


Poco tiempo antes uno de los mayores exponentes de la música clásica prefirió morir antes que seguir enfrentándose a la burocracia cultural que obstaculizaba toda iniciativa que tuviera, su trabajo era crear pero eso es un delito en instituciones donde la norma es medrar, se escucha todavía a quien festeja con riadas etílicas su victoria sobre la “arrogancia” del Maestro, vano éxito que despojó a miles del encanto que emanaba de un violín, morir fue la opción antes que sucumbir con pena ante el estruendo y la barbarie.

Otro hombre digno, que un día encontró cerradas las puertas para el ejercicio del periodismo cultural que realizaba con limpieza, se fugó de la vida ante el acoso a que lo sometieron un grupo de policías por haberse atrevido a denunciarlos por el robo de quinientos pesos; el régimen está tan coludido que hasta ladronzuelos uniformados gozan de privilegios por encima de los elementales derechos ciudadanos, la maculada Comisión Estatal de Derechos Humanos, esa mascarada burlesca que utilizan como premio de consolación, determinó que un hombre enfermo que pesaba menos de cincuenta kilogramos fue capaz de agredir a cuatro rollizos agentes de seguridad, que infamia.
Pero el vilipendio es universal, en California decidió dar por concluidas sus críticas al sistema el escritor que encabezaba la Next Generation, provocativo, trasgresor, política y literariamente incorrecto, como fue considerado por medios internacionales como Público o Il Corriere de la Sera, eligió el final que selló las leyendas de los viejos bucaneros, partir sin despedirse fue su privilegio; qué va a ser de los sicarios con placa, a quién le van a pinchar ahora los teléfonos, a quién le van a seguir los pasos, a quién le van a espulgar los textos en búsqueda de mensajes cifrados, a quién van a difamar.

En 1984 George Orwell establece la importancia de los enemigos para los gobiernos ilegítimos, son la justificación de su odio represivo; quizá habría que dejar de enfrentarlos para despojarlos del motivo de su existencia, pero eso significaría dejar de pensar o dejar de estar aquí, lo primero es fácil, basta con encender el televisor, siempre que se esté dispuesto a someterse al peor de los tormentos, lo segundo implica el destierro, el ostracismo asumido por voluntad propia, el problema es que no hay adónde ir, menos ahora que Yucatán está tan expuesto a esos huracanes climáticos y políticos que han borrado hasta la última huella de Felipe Carrillo Puerto (a excepción de los tríos que cantan Peregrina en las cantinas), la otra vía, la que han elegido cuatro hombres íntegros en estos tiempos aciagos, está reservada a los corazones nobles destinados a poblar los panteones eternos que nutren el espíritu de la humanidad.

A los mortales comunes nos queda seguir rumiando la desesperanza mientras fingimos creer que hay esperanza.

Tomado de: Blog de Eduardo Pérez Roque

En México

Esta muerta y no le han avisado

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