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Tag Archives: la izquierda en México

La orfandad de la estrategia

América Latina, un continente de revoluciones y contrarrevoluciones, carece de pensamientos estratégicos que orienten procesos políticos ricos y diversificados que estén a la altura de los desafíos que enfrenta. A pesar de contar con una fuerte capacidad analítica, importantes procesos de transformación y dirigentes revolucionarios emblemáticos, el continente no produjo la teoría de su propia práctica.

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Quienes imponen como único reto del país llegar a la Presidencia de la República en 2012 se equivocan. El tema del poder sólo tiene sentido si está subordinado al proyecto nacional, a la propuesta de lo que hay que transformar y cómo.


El gran tema nacional somos los mismos mexicanos y la proyección de la sociedad, el Estado, la economía del futuro ante el deterioro general. En ese sentido, la búsqueda de la solución de México para las corrientes consideradas de izquierda, democratizadoras, sociales progresistas, revolucionarias, es unificar, construyendo un nuevo proyecto nacional. Los hombres que representen la vía de solución, los que encabecen mañana, no vendrán de una candidatura, sino de un proceso; no pueden venir de la generación de divisiones y rupturas, sino de la búsqueda de soluciones concretas al deterioro social. La izquierda, por tanto, debe regresar a ser referente de cambios y transformaciones, de reformas a todos los niveles, de compromiso con los cambios posibles y reuniendo los objetivos de la sociedad con los de la política.


México continúa hoy, a casi 200 años de su Independencia y 100 de su revolución, ante la disyuntiva de ver hacia el sur y ser parte del sueño latinoamericano o ser parte del norte y del Destino Manifiesto. Para los mexicanos y el debilitamiento ideológico de la izquierda mexicana, la doctrina Monroe se hizo realidad y fuimos integrados y metidos a la América del Norte de manera vergonzante. Una complicidad silenciosa, salvo con pocas excepciones, ha levantado la objeción sobre las consecuencias del Tratado de Libre Comercio, que nos ha convertido en un protectorado que redujo al mínimo el concepto de soberanía e independencia, sobre el cual nos andamos preparando para celebrar.


Junto a la pérdida de identidad y ubicación ante el mundo global; ante el hecho de ser celebrantes de la Independencia y dependientes y subordinados sobrevino la paralización del país. Con ello, se nos vinieron los problemas encima, y los que eran pequeños se hicieron grandes, y los esporádicos se hicieron crónicos.


El tema de la pobreza no nada más se extendió, sino que cambió su estructura y se manifiesta por gente dispuesta a consumir lo peor en la alimentación a pesar de que la enferma, la violenta, la individualiza; gente que se convierte en carne de cañón del clientelismo político que la une a la política, no para demandar y luchar, sino como para convertirse en escenografía y en votos cautivos.


La violencia tuvo un vasto ejército de reserva ante la falta de certidumbre en todo y la caída de la educación, la salud, el empleo.


El debate de nuestros recursos se hace con la idea de polarizar, no unificar. Mientras se debatía, se extraía, como siempre, para beneficiar a los mismos. Los excedentes actuales fueron cambiados por cemento en una obra pública que no convence como prioritaria o resultado de un diagnóstico nacional no sólo sobre la propiedad del petróleo, sino sobre la aplicación de la riqueza que los gobiernos se han repartido y gastan sin ningún control ni participación.


La sociedad acumula problemas y los gobiernos deciden al margen de ella. Los mecanismos electorales se han hecho maniqueos y las fuerzas políticas, los candidatos, compiten para demostrar que el otro es peor. Los conceptos, los valores no existen en el discurso político, y la práctica es usos y costumbres para ganar el poder y luego desaparecer tras él.


La izquierda, pensada como sinónimo de cambio democrático, de reformas, debe asumirse como la gran organizadora social, ideológica y política de un proyecto social. No es en abstracto ni resultado de primero llegar al poder rodeado de vacíos, sino de un proceso y una amplia colectividad que desde la crítica, la diferencia incluida, unifique, organice desde abajo, teja nuevos intereses comunitarios, reviva el valor del trabajo, procese conflictos y construya espacios democráticos.


Las estrategias de poder, por el poder mismo, sin conceptos ni compromisos históricos, son un peligro porque se basan no en fortalecer, sino en debilitar, dividir, polarizar, y conducen al retroceso.


A 200 años, México y el Estado surgido de la Independencia no ha podido, a la fecha, construir una Hacienda Pública, derivada de la visión del saqueo. El criollismo desde la visión oligárquica, como el ladino desde la visión nacional, crearon una supuesta mayoría cultural que impuso la construcción del país con base en falsedades y no reconocer realidades.


Quienes organizan hoy rupturas, bajo la justificación de purificar, para llegar al poder, actúan contra un proceso histórico de varias generaciones de luchas sociales, democráticas, reformadoras. Los cambios se hicieron con rupturas como las de 1968, 1985, 1988, consolidadas con mentalidad reformadora. Las crisis políticas y económicas fueron usadas como puentes para construir, solucionar, tejer organizaciones.


Hoy la crisis, que se profundiza, nos debe preparar para construir salidas y una solución nacional de largo plazo.


La Jornada. 03/03/09

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

En el ya prolongado escenario de polarización social y política que desde el 2006 divide a los mexicanos, es el PRI el que viene capitalizando el clima de descontento e inseguridad que genera el (des) gobierno de Calderón Hinojosa; percibiéndose en el imaginario popular, para bien o para mal, como algo inevitable, el retorno del tricolor a Los Pinos. Sin que en paralelo se perciba el menor interés de la izquierda por evitar lo que a todas luces sería un retroceso en el anhelado deseo de democratización del país. Antes al contrario, entre más se empecina en frenar a la derecha, más se fortalece esta al amparo del duopolio político que ya se identifica como el PRIAN, personalizado en la alianza de facto de Felipe Calderón y Ernesto Zedillo.


Objetivamente, esto último es más que una simple percepción. La izquierda y su constante de todos contra todos, trabaja cotidianamente apuntando en todas direcciones contra el pésimo gobierno del «espurio» y su quebrantado partido político; haciéndole el trabajo sucio al PRI y a los poderes fácticos que operan al amparo de las franquicias políticas, sin más resultados aparentes que vestir al tricolor con impoluto ropaje de decencia, normalidad democrática y respeto a las instituciones republicanas, en tanto que se adopta como ropaje propio la vestimenta del desorden tribal, el cochinero antidemocrático y la ausencia de propósitos comunes por alcanzar el poder por la vía institucional.


Así, limpio de polvo y paja, el PRI avanza sin tropiezo, capitalizando a su favor el desconcierto e incertidumbre de una sociedad,  que ya no siente lo duro sino lo tupido de un franco estado de ingobernabilidad,  en lo político y social, y la ausencia de rumbo y visión de Estado frente a la crisis económica que ya pone de rodillas al país. Tan es así, que cualquiera diría que el partido tricolor no tiene pasado,  o que en la memoria histórica de los mexicanos el origen y falta de capacidad para afrontar los nefastos efectos de la crisis, no deviene como herencia de los pésimos gobiernos priístas de las tres última décadas, sino que es resultante de los dos últimos gobiernos panistas, cuando estos únicamente vienen siendo las cerezas de un pastel viciado de origen. Con la salvedad de que sirviendo a los mismos intereses, el priísmo supo guardar las apariencias, sin caer en la frivolidad a ultranza de un panismo incapaz,  incluso de gobernarse a sí mismo.


El diario norteamericano New York Times, desde lejos percibe que en   México el político más destacado, si no el único con mayor visión de conjunto, es Andrés Manuel López Obrador. ¿Y que con eso? La capacidad, carisma y visión del tabasqueño no ha sido suficiente para aglutinar y unificar a la izquierda, en torno a un camino cierto por el que transitar institucionalmente en la búsqueda del poder. Su voluntarismo y honestidad de miras, choca con los contrapuestos intereses de una izquierda históricamente dividida, dogmática, y a últimas fechas, cooptada por los intereses de aquellos a los que dice combatir.


Cierto, AMLO no está muerto políticamente como lo desean sus detractores y como cotidianamente a gritos  lo anuncia el publicista Ciro Gómez Leyva. Pero, ¿acaso él y sus varios millones de seguidores van a impedir que el PRI retorne a Los Pinos? La realidad política del país dice lo contrario; sin unidad de propósitos, organización, apego al tribalismo sectario,  y de espaldas a la institucionalidad de los procesos electorales, la resistencia pacífica del movimiento lopezobradorista termina en eso, simple resistencia que, atendiendo a la tesis de Reyes Heroles, apoya al PRI sin parar mientes que,  de paso,  apoya al PAN en el maridaje de la derecha con el tricolor.


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Ciudad de México.  25 de Enero del 2009

Asamblea en defensa de la economia popular

Asamblea en defensa de la economía popular

Soberanía Popular 25/01/09

En recuerdo de Pepe Zamarripa

Hubo un tiempo, ya lejano, en el que el concepto de lucha interna en la vieja izquierda comunista y partidista llegó a tener una gran altura conceptual. Desde los tiempos de Lenin significó debate de ideas, de grandes ideas, como las del partido que se debía tener o el régimen social y político que se proponía a la sociedad. Luego se convirtió en simple lucha por el poder interno. Cuando yo ingresé al Partido Comunista Mexicano, en 1956, el tema estaba en su apogeo, como lucha por la dirección del partido.

Durante muchos años presencié la discusión en torno a la lucha interna, hasta que abandoné el Partido, 10 años después. A final de cuentas, todo resultaba en un simple reacomodo de poderes internos. Cuando se fundó el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), el tema desapareció y, en consonancia con los tiempos de la reforma política, sólo se habló de unificar a todas las fuerzas de izquierda. Ahora, en el PRD, el concepto vuelve a escena, sólo que muy degradado, sólo para ser de nuevo lucha por el poder interno.

Tal y como casi todo mundo lo ve, el PRD pareciera un partido sin futuro, deshilachado, polarizado, dividido sin remedio y, en todo caso, perdedor. Se trata de un partido que ostenta tener un padrón de más de tres millones y medio de afiliados. En mis viajes por el país a propósito de mis participaciones en los foros y debates sobre la cuestión petrolera, a los que me han invitado todo tipo de organizaciones e instituciones académicas, siempre me encuentro con muchísimos perredistas. Cuando yo les pregunto si son de Nueva Izquierda o de Izquierda Unida, la respuesta puntual es: somos lópezobradoristas.

Como miembro fundador de ese partido, me preocupa lo que pasa en el PRD. No puedo ser neutral. Como casi todos los perredistas del país, pienso que mi lugar está en el movimiento cívico que encabeza López Obrador. Y mi conclusión siempre ha sido: eso está ocurriendo en el partido, esa pugna entre grupos de poder se está dando sólo en la cúpula. La lucha interna se reduce a una lucha entre facciones que no logra involucrar al grueso de los militantes. Claro que no son grupúsculos. Son varias decenas de miles de profesionales de la política.

A donde quiera que voy siempre veo una ausencia total de la militancia de base en el conflicto de los dos polos en lucha por el poder interno, sea a nivel regional sea a nivel nacional. Casi todos los perredistas se desmarcan del conflicto, no les interesa y, en la mayoría de los casos, lo repudian. En cambio, siempre veo que los militantes sienten que su lucha es la que el movimiento cívico está emprendiendo. Muchas veces me han invitado organizaciones lópezobradoristas y, cuando les pregunto cuántos de los asistentes son perredistas, siempre encuentro una inmensa mayoría entre ellos.

El chuchinero en el que está convertido hoy el PRD es un fenómeno de cúpula, de elite, y no define, en realidad, lo que es ese partido. Este nació más como movimiento que como partido y siempre se ha mantenido así. Era algo que a mí, en lo personal, me disgustaba, porque yo quería una organización políticamente concentrada y de verdad operante. Pero hoy pienso que eso, precisamente, ha sido la salvación del PRD. Por supuesto que, en las condiciones actuales, para las próximas elecciones, el partido va a un desastre seguro y ya anunciado. Pero como movimiento mantiene su vitalidad y López Obrador, con su liderazgo creativo y persistente, lo ha fortalecido.

En las elecciones los militantes de base no tienen interés porque carecen de estímulos. Ver a exponentes de los bandos en pugna (simples activistas profesionales y no verdaderos políticos) como candidatos no les atrae mínimamente. Para las próximas elecciones, el PRD podría volver a ser un partido triunfador sólo si su movimiento social y político hace un llamado para participar en ellas e impone a candidatos con auténtico raigambre popular. A ningún perredista le simpatiza la idea de seguir mandando a los puestos de elección popular a logreros corruptos y malafamados para que los represente.

El abrumador dominio de los chuchos en el aparato burocrático del PRD, usando de sus bienes y de muchos más que les llegan de fuera, es sólo eso: un dominio burocrático, de cúpula. La masa del partido sigue al margen y no está interesada en participar en esa pugna. A los encinistas les pasa lo mismo, con la notable excepción del DF, en donde han logrado hacer una política de masas efectiva frente al dominio chuchista. En dondequiera que intenten contender con los chuchos estarán en desventaja si lo hacen a nivel del poder burocrático. Deberán fundarse en el movimiento y dejar que sus contrincantes se revuelquen en el lodazal en el que han levantado su poder.

Los seguidores de ambos lados forman grupos, ante todo, clientelares y se manejan en la superficie. Están acostumbrados a comprar y vender, a los cochupos y a las componendas. Esa es su política “moderna”. No tienen banderas, sólo intereses y están dispuestos a defenderlos a como dé lugar. Se montaron en el debate petrolero porque no les quedó de otra y porque no tenían nada que decir al respecto. Los chuchos se aprestan a “negociar” y lo han hecho saber de muchas maneras, acusando a los rivales de no saber hacer política.

Hoy el verdadero PRD no está en sus siglas, las que sólo representan esa ínfima burocracia en la que se da el enfrentamiento. Está en el movimiento cívico que encabeza López Obrador. No lucha por botines y puestos, sino por causas justas. No hace componendas, sino denuncias y propuestas. No tranza, sino que debate y ha demostrado que sabe debatir y obligar a escuchar razones. No anda haciendo arreglos arriba, en las cúpulas del poder, sino que convoca al pueblo en las plazas y debate en todos los foros a los que se le deja entrar.

Ese verdadero PRD tiene otro mérito, para mí entrañable: por primera vez en la historia, sabe convocar a los intelectuales y hacerlos partícipes de su lucha. Eso ha valido a los intelectuales denuestos a más no poder. Pero les ha dado el valor suficiente para participar en esta lucha, sabedores de que ahora son escuchados. Eso es mucho.

La Jornada/150908

Edgard González Suárez

Para el líder, el conductor, el ciudadano, el activista, el consejero, el amigo.

Gilberto Rincón Gallardo

Gilberto Rincón Gallardo

El sábado pasado se fue un entrañable compañero y amigo, a la edad de 69 años, joven, lúcido y tranquilo, pero afectado por dolencias óseas y cardio-vasculares. Se preparaba como siempre a trabajar, próximamente seria propuesto para encabezar una comisión internacional pro defensa de las discapacidades, y como siempre, por prescripción médica, preparaba su viaje. Un chequeo de última hora permitió una revisión de un marcapaso que usaba ya hace tiempo. Se lo cambiaron, no resistió, 48 horas después, vio disminuir sus fuerzas, agotado y con dificultades para moverse, presintió el final, en cama mando llamar a toda su familia (hijos y nietos), bromeó, dio recomendaciones a todos, y como siempre, la voz del abuelo despejó las dudas, se despidió, tranquilo, sin sobre saltos, cerró los ojos, doña Silvia, su esposa, le dio un beso y se durmió…para siempre.

Conocí a Gilberto Rincón hace más de 26 años, la militancia en la izquierda me hacia admirarlo, el mexicano que mas veces había estado en la cárcel, icono de la persecución política. El en el PSUM y yo haciendo mis pininos en el PMT. En los finales de Valentín Campa, reunión urgente en CENCOS, miembros de los comités de base del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), encabezaba la reunión Heberto Castillo, 30 minutos después llegó Gilberto, indescriptible la escena, aplausos, reconocimiento y después de su intervención mi admiración.


Gilberto fue promotor de la unidad de la izquierda, discutidor nato exploraba con creces la coyuntura e intuía desenlaces. Proponía soluciones, buscador incansable de un cambio en el país, resistió y levantó siempre la bandera de la esperanza.


En 1988 buscó nuevamente la unidad de proyecto de izquierda, tenía dudas sobre la ruptura del PRI, pero consolidamos la candidatura de Cuauhtemoc Cárdenas. El triunfo electoral y social del experimento nos llevó a fundar el PRD, ahí me convertí en compañero de partido de uno de los hombres mas sólidos en formación, vocación y espíritu de lucha. Critico de la realidad política, del régimen en su conjunto, previó el acartonamiento de los actores, la esclerosis del sistema de partidos, las insuficiencias de una democracia tutelada, la inmovilidad del sistema y la exposición de sus vicios, el aniquilamiento del ciudadano. Hizo propuestas en el seno del consejo del partido, no fue escuchado y se fue, junto con el salimos miles de militantes y activistas que buscábamos formas y métodos de organización renovados. El crisol amarillo hegemonizado por corrientes y prácticas, para nosotros cuestionables, nos permitió imaginar la construcción de un proyecto socialdemócrata afín a los intereses del ciudadano de a pie, preocupado por sus formas de organización, por sus formas de representación, por sus causas, por sus intereses cotidianos: la extrema pobreza, la educación indígena, la diversidad sexual, las capacidades diferentes, etc.


Visitó varias veces Veracruz, como candidato a la presidencia y como vecino, solía pasar fines de semana en Boca del Río, adonde fuera, el reconocimiento de la gente, el aplauso, la consideración.

Rincón Gallardo no encabezó una corriente política sino una esperanza, una visión del mundo, un sentido del quehacer político, más allá, incluso de los intereses generados en la actividad política: Poder y Dinero.

El comité promotor del Partido Democracia Social en Veracruz lo recordará siempre con cariño, respeto y una gran admiración.

¡Hasta siempre Don Gilberto!

Tomado de: Noticias de Veracruz

Apunte para: gobernantes.com

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

Incapaces de dirimir diferencias en santa paz, “chuchos” y “lopezobradoristas” formalizan el divorcio anunciado. Los primeros se quedan con estructura, registro y prerrogativas, en tanto que los segundos con el cincuenta más uno de la militancia y el mote de “violentos e intolerantes”, que no es poca cosa.

Si como dice Manuel Camacho Solís, el conflicto pudo haberse resuelto con un volado, muy al estilo de los aguerridos parroquianos que frecuentaban la vieja pulquería del Nogales veracruzano conocida como “Las glorias de cantinflas”, los plazos se agotaron, el golpe está dado y Acosta Naranjo, en nombre de “los chuchos”, se hace de la estructura partidista.

Del matrimonio de conveniencia al divorcio forzado, el PRD queda en el recuerdo de las buenas conciencias de una izquierda lastimada, dolida, y hasta ahora incapaz de lograr utópica unidad en torno a objetivos, propósitos y estrategias comunes. El partido que de los sótanos de la clandestinidad partiera para llegar a constituir la segunda fuerza electoral del país, se derrota a sí mismo en el 19 aniversario de su corta existencia, en vísperas de la elección federal intermedia del 2009. Paradójico, el sol azteca se apaga en un momento histórico que le fuera favorable; la debilidad manifiesta del PAN en el poder formal y un PRI que pendularmente bandea entre el centro y la derecha, no terminan de convencer a la ciudadanía.

Se cierra el ciclo histórico. El futuro de la izquierda en su opción electoral, con apego a las reglas de la decencia impuestas por el viejo régimen, está en el aire. El bipartidismo camaral recomendado por nuestros vecinos del norte, se impone. La vida política nacional se decanta y a los embates de la derecha clerical, reaccionaria y expresión del capitalismo salvaje, se les da patente de corzo para establecer la venta de garaje. Lo que queda de la riqueza nacional está en subasta.

Víctima de sus propias contradicciones, engolosinado con las mieles del poder, que como migaja electoral le ofrecieran en bandeja de plata, acotado por la realidad de un sistema que impone límites, el reformismo burocrático de la izquierda institucionalizada se margina de la historia.

Para Jesús Ortega y Nueva Izquierda, “…ha llegado el momento de refundar y construir el PRD moderno democrático y progresista que México necesita en el siglo XXI, dejando atrás a la izquierda con vocación de marginalidad y de oposición”. Renuncia tácita a la memoria histórica y al futuro. De espaldas a la izquierda social, el PRD a que Ortega hace alusión, no pasará de ser simple cascarón.

Se abre otro ciclo, otro plazo histórico para la izquierda en México. La obligada autocrítica de la militancia deberá honrar memoria y razón. De la experiencia vivida y hoy acumulada al hilo conductor de la historia nacional, se parte para la construcción desde abajo de un nuevo partido que retome los anhelos populares. La tarea inmediata de luchar por la preservación del domino de la Nación sobre sus recursos energéticos, es sin duda punto de partida y centro dinamizador para ascender a un nuevo estadio de conciencia y organización. La izquierda tiene futuro, el lastre quedó atrás.

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