En Perspectiva
J. Enrique Olivera Arce
En diversos medios de comunicación se expresa la preocupación por la caída del 60 por ciento en la matrícula de estudiantes en los niveles de educación media superior y superior que anualmente se registraba en Veracruz, incrementándose con ello el número de “ninis” en la entidad. No hay que ir muy lejos para constatarlo, en cada familia cuando menos se cuenta con un joven pariente que ni estudia ni trabaja, constituyéndose no sólo en una carga familiar sino en un problema social.
En Veracruz, por ahora no hay respuestas para buscar alternativas de solución a un problema que se agrava año con año, siendo insuficiente la capacidad gubernamental para satisfacer la demanda de educación gratuita en los niveles de enseñanza media superior y superior, a la par que las instituciones privadas, por el alto costo de la oferta y reducción de la capacidad económica familiar, ven reducida la demanda real. Quizá la excepción sea el esfuerzo que viene realizando el Instituto Veracruzano de Educación Superior a cargo del Maestro Guillermo Zúñiga Martínez, aunque a mi juicio es limitado.
Por cuanto al empleo, de igual manera la capacidad de la planta industrial y comercial de la entidad es insuficiente para absorber la creciente demanda de un cada vez más amplio ejercito de desocupados provenientes de los centros educativos oficiales y privados, lo mismo se trate de jóvenes que desertan de la escuela o de graduados que ven truncadas sus expectativas de progreso personal por falta de empleo remunerado.
Aún si se llegara a materializar el propósito gubernamental de reducir la pobreza en un 50 por ciento mediante el crecimiento económico y el empleo, el porcentaje anual de “ninis” que se suma anualmente al ejército de desocupados, superaría en mucho al número de plazas que en los próximos seis años ofertaría la planta productiva estatal. El problema es grave y nos aleja indudablemente de los objetivos de desarrollo humano, bienestar y prosperidad que persigue la administración pública estatal.
Entre las diversas propuestas que observo estarían encaminadas a resolver el problema, a mi juicio adolecen de una concepción equívoca matizada por el propio modelo neoliberal dentro del cual se inscriben, al considerar a cada “nini” como problema individual o familiar, considerándosele no apto para ser competitivo lo mismo en las aulas que en el mercado laboral. Los mismos objetivos del proceso educativo así lo contemplan, en tanto que se pone el énfasis en la formación del individuo en el desarrollo de sus aptitudes y capacidades para competir con éxito frente a otros individuos. La preeminencia de tal criterio y no el de la participación solidaria en sociedad, fortalece el yo individual y no el nosotros como ente colectivo, cual si cada educando fuera una mercancía más cuyas ventajas comparativas habrán de premiarse en el mercado.
Una vez que el o los jóvenes abandonan la escuela por no poder competir en igualdad de condiciones por razones fundamentalmente económicas, o bien concluyen sus estudios de enseñanza media superior o superior, deben enfrentarse a un mercado laboral hostil que, en el desequilibrio entre oferta y demanda de plazas de trabajo, incluye a “los más aptos” y excluye a la mayoría, dejando a esta en total indefensión; dándose lugar a un darwinismo social que etiqueta a los menos aptos para la supervivencia como “candidatos a ser cooptados por la delincuencia”. Agudizando más que aliviando el problema al darse un fenómeno creciente de exclusión, que se revierte en contra de una sociedad incapaz de capitalizar en su provecho capacidad y experiencia marginal de las nuevas generaciones, privando a estas de expectativas de inclusión y progreso.
Si el problema es social y no individual, las respuestas a mi juicio deberían afrontarse bajo la óptica de un esfuerzo de los propios jóvenes que ni estudian ni trabajan, mediante el autoempleo no como individuos aislados, como es la tendencia actual de los programas asistencialistas de gobierno que ofertan apoyo a proyectos individuales de bienes o servicios, sino colectivamente incorporados a los procesos productivos, de obra pública, o de servicio social a la comunidad.
En el estado de Tlaxcala el delegado del Consejo Nacional de Fomento Educativo propuso que jóvenes “ninis” sean preparados como instructores educativos para desempeñarse en comunidades alejadas como alfabetizadores o profesores rurales, coadyuvando con las tareas de educación de nivel básico. Buena propuesta que debe ser retomada en Veracruz.
Ello necesariamente pasa por librarnos de prejuicios. Criminalizamos de antemano a quien no estudia ni trabaja, perdiéndose la oportunidad de incluir y sumar a un importante capital social en las tareas del desarrollo.
Lo mismo podría decirse de amplios grupos de personas de la tercera edad, pero ese es otro rollo.