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Tag Archives: Organización social

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

Hay dos maneras de perder el tiempo. Una no haciendo nada, otra es que te lo roben, y esto último es lo que parece está atosigando a importantes mayorías de mexicanos que sintiéndose defraudadas, toman la calle para expresar hartazgo y rabia.

El tiempo, bien intangible que jalona la presencia del ser humano sobre la faz de la tierra, es valioso y debería considerársele como sagrado, integrado e integrador en la cosmovisión de nuestra efímera existencia.

Valioso por tanto para un país que no logra superar sus condiciones de subdesarrollo y éste, el tiempo, gozando de autonomía e independencia se escurre entre los dedos de quienes se lo han robado, perdiéndose miserablemente en la nada, día con día, en un México que transita entre esperanza agotada y estéril incertidumbre de lo que mañana depara.

No son los dos años de gobierno del Sr. Enrique Peña Nieto. Es la acumulación histórica de un proceso de aproximaciones sucesivas de acierto y error, en el que éste último, acumulado, hoy hace crisis, derramado el vaso. Y en el fluir del tiempo robado a los mexicanos, el país lejos de avanzar por los amplios caminos del progreso, frenado está y ya camina en la estrechez de la inmovilidad y el retroceso.

No sólo la economía se estanca y retrocede en perjuicio de todos, también todos retrocedemos en nuestras expectativas de una vida digna normada por principios y valores trascendentes, en perjuicio de la economía. El círculo perverso se cierra y el tiempo no se detiene, perdiéndose lo mismo por robado que por el no hacer nada de las mayorías que ocupadas en lamentar su suerte buscando culpables, poco hacemos por recuperarlo.

¿Qué nos lo impide? La respuesta está en un “qué hacer” en épocas de cólera. En el qué hacer consciente y responsable para tomar en nuestras manos el tiempo secuestrado y encauzarlo por su aprovechamiento en mejores y más amplios senderos. No basta con percibir los obstáculos que se nos oponen como pueblo engañado, frustrado y ofendido; el qué hacer para hacerlos a un lado, superándolos en el camino del rescate y de la reconstrucción del México hoy por hoy desquebrajado, es la tarea.

Marchas, plantones, gritos y sombrerazos ya cumplen con el cometido. El pueblo despierta y el régimen político, arrinconado, balbuceante, ciego y sordo no ofrece la mejor respuesta al clamor popular, pero es insuficiente; sin organización y unidad en torno a un programa mínimo para la acción, propositivo y consecuente con visión de Estado y de futuro, la cólera en la calle se diluye, así como se diluye un tiempo precioso para la construcción de ciudadanía y democracia.

Sabido es ya que los partidos políticos, la clase política larvaria y comodina, son quienes el tiempo han robado. Nada podemos esperar de éstos para la tarea exigida al pueblo. De entre estos, los autonombrados de izquierda, están muertos y sólo resta sepultarlos. ¿Qué hacer y con qué compañeros de camino entonces?

Para quien esto escribe, con un juicio renovado que el optimismo en la fuerza y voluntad permanente de cambio y transformación del pueblo alimenta, sólo hay un camino, el que el pueblo elija de entre el mismo pueblo. De éste, el pueblo, y de nadie más, habrá de gestarse y elevarse la respuesta al qué hacer y con quién para, en épocas de cólera, recuperar el tiempo.

Hojas que se lleva el viento

Menudo paquete. De entre los palos de ciego que el Sr. Peña turnara al Senado como iniciativa para recuperar la seguridad e integridad física de los mexicanos, se contempla el responsabilizar a los gobernadores de la acción inmediata en contra de la creciente delincuencia. Sólo ante la incapacidad de éstos para afrontar la tarea que constitucionalmente la federación delega, será esta última la que se haga cargo de tomar al toro por los cuernos. No más pretextos ni lavado de manos, la tarea queda a cargo de las entidades federativas, así que, para desgracia de los veracruzanos, se cambia para seguir igual, o peor, cuando el punto de partida es el aquí no pasa nada tan acorde y congruente con el aquí no hacemos nada del Sr. Dr. Javier Duarte de Ochoa.- Xalapa, Ver., diciembre 3 de 2014.

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Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

El saldo trágico que nos deja el embate de la naturaleza que, en esta ocasión tomara a nuestro país entre dos fuegos, con “Manuel “en el Océano Pacífico e “Ingrid “en el Golfo de México, es una señal inequívoca más de lo que nos espera con un cambio climático que, pese a todo lo que se dice,  no sólo es resultado de la caótica y desenfrenada carrera de la sociedad humana en pos de la ganancia y acumulación de riqueza. Otros factores, el posicionamiento del planeta en el espacio sideral entre los más destacados, inciden en un fenómeno irreversible y casi imposible de prever en sus efectos y consecuencias.

No se puede dar marcha atrás en lo que no está en manos humanas resolver. Frente al cambio climático y el calentamiento global, sólo queda el prepararse en todo tiempo para mitigar sus efectos.

De ahí la importancia y tarea ineludible de la previsión. Entre mejor estemos preparados para afrontar lo que la naturaleza nos depara, menores serán los daños y tragedias como la que hoy se vive en México.

Insisto una vez más, las medidas reactivas frente al desastre, ex post y no antes, nunca han sido suficientes. Cuanto más en los tiempos que corren y los que a futuro se vislumbran.

Sin una cultura de previsión que compete por igual a los gobiernos que a las poblaciones, nunca dejaremos de estar expuestos a las pérdidas de vida y de haciendas. Así como tampoco los recursos disponibles para paliar los daños y reconstruir serán suficientes frente a la magnitud de los desastres.

Más vale prevenir que lamentar, nos dice la sabiduría popular y, sin embargo, hacemos caso omiso a tal conseja. Por comisión u omisión, siempre a la espera de lo peor, no hacemos nada por tomar providencias privilegiando la cultura del lamento, siempre a la zaga en la administración de daños y siempre culpando a otros de nuestra tragedia.

Es por ello que la protección civil, como se denomina a la acción de gobierno para preservar vidas y bienes materiales, debería entenderse como una tarea cotidiana y permanente de toda la sociedad, y no únicamente como obligación gubernamental.

Ejercicio social que debería sustentarse en información, participación, iniciativa y organización a todos los niveles. Lo mismo en los tres órdenes de gobierno que en el resto de la sociedad, tanto antes como durante y después de las contingencias a enfrentar. Esto no es nada nuevo, países como Japón lo tienen puesto en práctica y dan ejemplo al mundo de ello.

El que un pueblo adquiera tal cultura de la prevención no es resultado de la espontaneidad, ni respuesta individual a una necesidad vital. El promoverla, desarrollarla y consolidarla deviene de la acción de gobierno como autoridad normativa y ejecutiva. En México la cultura de la prevención del riesgo brilla por su ausencia, es un desastre anunciado  y en iguales términos, se encuentra en todos los niveles de gobierno.

Ante el desastre las acciones son reactivas, a posteriori e insuficientes por parte de la población civil y, lamentablemente, ejercicio de simulación ineficaz por parte de las autoridades, como es dable observarlo tras el impacto del fenómeno meteorológico en suelo nacional.

Lo cómodo es atribuirle al señor que está en los cielos el castigo divino. O bien, satanizar aquello que la naturaleza tiene e bien otorgarnos en mal momento. Lo más grave, es el que las autoridades se desentiendan de su tarea preventiva y sin más, afirmen que las muertes registradas son consecuencia del descuido de los propios fallecidos o irresponsabilidad por asentarse en sitios de alto riesgo.

Nadie en los tres órdenes de gobierno asume su responsabilidad. Si existen comunidades enteras asentadas en lugares de alto riesgo, ¿qué autoridad oportunamente lo evitó? Como bien lo señala el politólogo veracruzano Alfredo Bielma, corresponde a las autoridades municipales el delimitar los espacios habitables y autorizar permisos de construcción.

¿O no acaso se vierte verborrea oficial hablando de la existencia de mapas de riesgo y protocolos de prevención? ¿Dónde está ubicado el riesgo y a quién compete administrarlo?

Interrogantes sin respuesta, aunque cabe por sentido común sobreentender que corresponde a la corrupción y abulia oficial el determinar el qué y donde espacialmente,  existe riesgo en sus diferentes magnitudes.

Los usos y costumbre a valores entendidos mandatan la imprevisión. La vista gorda de las autoridades propicia la mayor o menor magnitud del desastre. La cultura de la prevención, impedida por intereses creados. O bien, por necesidades de la gente no atendidas con oportunidad.

Las señales son claras, no se puede ni deben ser  ignoradas. Prevenir más que lamentar es la tarea. Claro, si el miedo que el gobierno le tiene a la participación y organización ciudadana lo permite.

Hojas que se lleva el viento

Lo señalaba, la democratización de la vida sindical no tardaba en presentarse como reivindicación en la lucha que mantiene el movimiento magisterial. Por lo pronto, aquí en Veracruz ya está inscrita en el cuestionamiento del líder moral de la Secc. 32 del SNTE y su estirpe.

No es el sindicato el responsable de corrupción e impunidad, son los charros sindicales que se han enriquecido a costillas del proceso educativo y de los trabajadores de la educación  y son estos últimos a los que se les quieren cobrar los platos rotos.- Xalapa, Ver., septiembre 25 de 2023.

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Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

La histeria colectiva que se desatara el pasado viernes en Xalapa, ciudad capital de Veracruz, sustentada más en el rumor que en el hecho real, lamentable por la pérdida de vidas humanas, pero controlado por las autoridades, nos da la medida del impacto negativo en la sociedad  de la “guerra” declarada por Calderón Hinojosa a la delincuencia organizada. “Guerra” absurda no por  innecesario combatir el poder creciente del crimen en gran parte del territorio nacional, sino porque metodológicamente, de principio a fin,  ni es eficiente ni mucho menos eficaz en sus resultados, cuando de ello se deriva el caos que paulatinamente se apodera de México.

El titular del poder ejecutivo federal podrá decir misa, presumiendo con un triunfalismo falaz que la tal guerra-que ya no es guerra, dice- se va ganando, que todo está bajo control, haciéndose de ello eco los gobiernos estatales y municipales, la verdad es que se generaliza el consenso de que sucede todo lo contrario.

Lamentándose y, en algunos casos hasta condenándose, el que se ante la ineficaz y corrupta actuación de los cuerpos policiacos hubiera echado mano de las fuerzas armadas, sacándolas a la calle; politizándose un tema que ya da lugar a que se cuestione al Congreso de la Unión por no acotar las atribuciones presidenciales en materia de seguridad y, de paso, a los gobiernos estatales, por seguirle interesadamente el juego a Calderón Hinojosa. Pero ese es otro cantar, del que sólo los especialistas tienen elementos para opinar.

Lo que quiero destacar en relación a las manifestaciones de histeria colectiva que se dieran el viernes en Xalapa es lo, a mi parecer, nocivo de la desinformación y el rumor. Ambos fenómenos se circunscribían al ámbito político, alimentados por la falta de transparencia en el quehacer gubernamental, conveniencia de los diversos actores de la mal llamada clase política, y el papel de los medios de información como extensión del interés por divulgar aquello que le es conveniente a sus particulares fines mercantiles, así como para gobierno estatal y/o municipal en su caso. Hoy, para nuestro infortunio, el rumor invade el ámbito privado de la sociedad en su conjunto, generando incertidumbre, desazón e incluso miedo entre la población, en perjuicio de la normalidad social y económica de la ciudad y sus alrededores.

Extrapolándose a nuestro entorno más cercano la percepción de un clima de violencia que, siendo ya parte cotidiana de la vida en sociedad de otras regiones y localidades del centro y norte del país, e incluso en las zonas turísticas del Caribe Mexicano, que no es común ni de lejos en la capital veracruzana. Vivimos en paz y un hecho, aislado y bajo control oportuno, prácticamente paralizó a la ciudad, gracias a rumores que, con el auxilio del teléfono celular y no necesariamente como operativo orquestado por oscuros intereses, corrieran como pólvora impactando negativamente en la población.

El gobernador Duarte de Ochoa reaccionó con celeridad ante lo acontecido en la noche del jueves y madrugada del viernes. Reunió al Consejo de Seguridad, se tomaron medidas preventivas que se consideraran oportunas  y llamó a la población a mantener la calma, aunque extemporánea y poco eficaz en sus alcances frente al rumor que desde temprana hora corría ya por toda la ciudad.

El Comandante de la Región Militar, fue más preciso en la descripción de los hechos que alteraran la vida de la ciudad capital. No obstante, ello, lejos de tranquilizar a la población, dio pie a la oleada de especulaciones que aún no cesan, a los que se han sumado  no pocos medios informativos de la localidad.

Sin embargo, en nuestra politizada y jarocha realidad, nada puede considerarse como hecho fortuito o, en su caso gratuito. De un hecho lamentable y sin precedentes en Veracruz, la expansión del rumor también jugó el papel de distractor, cortina de humo en la que el tema de la inseguridad frente a la delincuencia organizada y sus secuelas, se elevó al primer plano en la percepción de la gente, como factor determinante en la vida colectiva.

Entre la bruma, el problema toral de la galopante carestía de la vida que afecta a la mayoría de la población perdió presencia relevante. Así, el alza de los combustibles, el anuncio de los industriales de un inminente aumento en el precio de los alimentos y el transporte, la autorización del gobierno estatal del incremento en las tarifas de peaje en autopistas y puentes, la aprobación del pago de impuestos sobre impuestos por parte del Congreso local, y el aumento aplicado al consumo de agua -no potable- en el municipio,  pasó a segundo plano en el ánimo de la gente. Perdiéndose de vista que la miseria y el hambre no sólo también atentan contra la seguridad e integridad física y moral de personas y familias enteras, sino que guardan especial privilegio en el actual estado de cosas que afecta a los mexicanos.

Cabiendo entonces la interrogante de ¿a quién, en última instancia,  benefició desinformación y rumor?

Pero también procede preguntarse si la rapidez con que cundieran las manifestaciones de histeria, no es resultado de la ausencia de credibilidad en gobierno y medios de comunicación, a la par que surge la duda de si ello pudiera ser fruto colateral de una sociedad desinformada, manipulada por la TV, y reacia a organizarse para, a través de la participación responsable, controlar vida y milagros en nuestra ciudad capital. Una sociedad organizada, solidaria e interactiva, no sería presa fácil del rumor y la desinformación, mucho menos, caer en un estado de histeria colectiva.

Las autoridades estatales y municipales se han comprometido a erradicar violencia e inseguridad en la entidad y, en lo específico, en nuestra tradicionalmente pacífica capital veracruzana. Esperemos que así sea y no se de el caso, también muy comentado, de asegurar el proponerse contar con una Xalapa limpia, atractiva para propios y visitantes, transformándole en un destino turístico de aceptable nivel, cuando los camiones recolectores de basura brillan por su ausencia.

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