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Tag Archives: Socialismo

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

“Hemos vivido para la alegría. Por la alegría hemos  ido al combate y por ella muero. Agravio e injusticia sería colocar sobre mi tumba un ángel de tristeza. Hombres: os he amado. ¡Estad alertas!”

Julius Fucik, militante comunista checo. Reportaje al pié de la horca, agosto de 1943

Cobrada y satisfecha la promesa de apoyo económico a cambio de su traición, las diversas manifestaciones tribales de lo que queda del PRD en Veracruz y que jugaran en contra de Dante Delgado Rannauro, festejan con singular aplomo y desverguenza el haberse vendido para favorecer, unos, a Javier Duarte de Ochoa y, otros, a Miguel Ángel Yunes Linares, aprestándose a cerrar filas en contra de la posible candidatura de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la República en el 2012, llamando a una tan falsa como ilusoria unidad de centro izquierda.

La excepción hace la regla. Un muy contado número de dirigentes y militantes del perredismo veracruzano, le apuesta y seguirá apostando a la decencia, honestidad, y compromiso con las mejores causas de la izquierda y de la mayoría de los veracruzanos. La calidad habrá de imponerse por sobre la cantidad y, en éstos, aún se podría confiar en la medida en que se mantengan firmes en el privilegio  de la visión ideológica de largo aliento,  por sobre la corrupción y el oportunismo pragmático en la coyuntura.

Para mi gusto, lo anterior exigiría desechar la falsa ilusión del centrismo y la seudo izquierda electoral, y retornar a los viejos valores y paradigmas de la izquierda histórica. Sólo en la búsqueda del socialismo como vía para construir una nueva moral pública en la lucha por el  cambio y la transformación  de la sociedad, se encontraría el camino, la fuerza ética y moral que podría sostener, impulsar, y enriquecer a la verdadera izquierda, en los afanes por trascender la descomposición que hoy por hoy prevalece como componente sustantivo de la crisis de la política y partidos políticos en México.

Desde luego no se trataría de dogmatismos trasnochados ni de recrear con acartonada nostalgia un pasado superado. Retornar a los viejos valores y paradigmas de la izquierda, es, a mi juicio, retomar el camino extraviado de la historia nacional y, recuperar, en esencia, el amor al prójimo, la fe en el destino de la humanidad, y el ejemplo del heroísmo con el que millones de hombres y mujeres anónimos, en el trabajo cotidiano por la supervivencia, entregaran lo mejor de sí mismos en pos de un futuro promisorio. No es falsa retórica ni frustrada  aspiración a incursionar en la poesía. Mis palabras invitan al retorno a la utopía, a la reflexión y al debate en torno a aquellos principios por los que bien vale la pena vivir. Sin estos, el vacío interno en cada uno de nosotros habrá de reflejarse en la vida en común y en los afanes colectivos por transformar una realidad sistémica con la que no estamos de acuerdo.

Es la hora de que la izquierda auténtica, la venida de atrás, salga del closet, retome el espíritu de lucha y, armada de bagaje ideológico, se haga acompañar por lo mejor de una juventud ávida de ejemplos trascendentes y valiosas enseñanzas. Criticar y juzgar sin participar, le hace cómplice de la pesadilla a que se refiere un Andrés Manuel López Obrador, que bien no puede ser de lo mejor que muchos desearan ni seguramente está dispuesto a ir más allá del reformismo, pero que es hoy por hoy el único capaz de ofrecer a la izquierda un liderazgo en torno al cual poder avanzar.

Sin la participación consecuente de la izquierda histórica, sin la recuperación ética y moral de valores, actitudes y paradigmas de la lucha por el socialismo, la inercia de corrupción e impunidad de los partidos políticos que hoy se asumen como de centro izquierda electoral, simples patiños de la derecha, terminará por avasallar las buenas intenciones de millones de mexicanos que legítimamente aspiran al cambio y a un nuevo proyecto de Nación. El cambio y la transformación de la sociedad empiezan en nosotros mismos, trabajemos en ello.

pulsocritico@gmail.com

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SANTIAGO DE CHILE, 18/06/09 (ANSA)– Hortensia Bussi, viuda del ex presidente Salvador Allende (1970-1973), murió a los 94 años, acompañada de su familia y amigos cercanos.


Su deceso, establecido a las 17.45 GMT, provocó gran pesar en el ambiente político chileno que anticipó, «tendrá eco en el mundo progresista y a nivel internacional». Bussi fue un símbolo de la lucha por los derechos humanos «y del aprendizaje de lo que significó en Chile la pérdida de la democracia y el esfuerzo que hemos hecho por recuperarla», afirmó la vocera de gobierno, Carolina Tohá, quien anunció que la presidenta Michelle Bachelet estará presente en la despedida de la ex primera dama.


«Tencha» Bussi, como es conocida por los chilenos, se despidió mientras dormía, en su histórico domicilio de calle Guardia Vieja, al oriente de Santiago. Profesora de historia, se casó con el extinto mandatario en 1940 y tuvo tres hijas, Beatriz, Carmen Paz e Isabel.


Tras el golpe militar de 1973 debió salir al exilio en México, convirtiéndose en la figura destacada de la oposición a la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).


«Tencha» fue la única persona que asistió al funeral de Allende, un día después del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, en una tumba sin nombre.


«Es un orgullo haber tenido la madre que tuvimos, que creo que ha sido de las mujeres que más contribuyó para el retorno a la democracia», afirmó, profundamente emocionada, su hija Isabel, diputada socialista.


Alejada desde hace años de la vida pública, Bussi padecía escoliosis, osteoporosis y glaucoma, y sobrevivía sin quejas a las secuelas de una tuberculosis pulmonar y vertebral que redujo progresivamente su capacidad respiratoria.


Durante sus años de exilio se convirtió en figura emblemática de la oposición a la dictadura de Pinochet y fue condecorada por diversos gobiernos del mundo debido a su férrea lucha por la democracia y los derechos humanos. En 1978 obtuvo el Premio Lenin de la Paz y el Premio Ana Betancourt en Cuba; fue ciudadana honoraria de las ciudades de Florencia, Pisa y Parma en Italia y además, fue nombrada doctora Honoris Causa de la Universidad de Bruselas.


«Nunca tuvo un rol político de primera línea: siempre fue la esposa de Salvador Allende y lo acompañó en todas sus campañas. Pero después del Golpe asumió un rol que fue muy fundamental en la recuperación de la democracia en Chile y se convirtió en un símbolo universal de la dignidad del pueblo chileno, de los derechos humanos, por los cuales trabajó incansablemente», afirmó a ANSA el senador socialista, Jaime Gazmuri. Desde la residencia de la familia Allende, Moy de Tohá -madre de la actual secretaria general de Gobierno, Carolina Tohá- confesó a ANSA que con la partida de Hortensia Bussi se ha ido «un ciclo completo de experiencias que fueron algunas muy hermosas y otras tremendamente dolorosas».


Viuda de José Tohá, ex ministro del Interior y de Defensa del gobierno de Allende, compartieron el exilio obligado en México, país al que amaban tanto como a Chile.


«Quería a México antes del Golpe en forma entrañable, y después fue corroborado con la acogida de la familia (Luis) Echeverría y todo ese pueblo cariñoso, amable y afectuoso», recordó Moy de Tohá, ex embajadora en Guatemala.


El gobierno de Echeverría envió un avión especial a Santiago para llevar a México a la familia Allende, dos días después del Golpe.


«Fue una mujer que nos enseñó a todos consecuencia, lealtad, dignidad», afirmó el ex presidente Ricardo Lagos, una de las primeras figuras políticas en llegar hasta el ex Congreso Nacional, donde son velados sus restos y hasta donde arribó también, varios integrantes del gabinete de Bachelet.


Los restos de Hortensia Bussi serán sepultados el sábado en el mausoleo familiar ubicado en el Cementerio General, lugar donde yacen los restos de su esposo, Salvador Allende Gossens y de su hija Beatriz.

Por: Luís Hernández Navarro


João Pedro es un dirigente excepcional, una especie de anfibio político, que lo mismo nada en las aguas populares, que en círculos académicos o entre quienes practican la política institucional.


Es, con mucho, uno de los movimientos sociales más vivos y dinámicos de América Latina. Uno de los más consolidados y estructurados. Uno de los más odiados y admirados. Uno de los más conocidos internacionalmente. Es el Movimiento de los Sin Tierra (MST). En 25 años de vida ha organizado 7 mil 500 tomas de tierra, 2 mil 500 de ellas durante los casi siete años del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva.


La figura más visible de ese movimiento es João Pedro Stédile. Nacido en Rio Grande do Soul, en el seno de una familia de descendientes italianos, vivió en la granja de sus padres hasta los 18 años. Desde su juventud fue profundamente influido por la Iglesia católica. Completó su carrera de economista trabajando en el campo durante el día y estudiando en la noche.


Trabajó en una agencia de desarrollo rural gubernamental, desde la que organizó a los campesinos productores de uva destinada a elaborar vino. Cuando en 1975 la Iglesia católica formó la Comisión Pastoral para la Tierra (CPT) participó con ella.


Pocos dirigentes sociales tienen una formación teórica tan seria como él. Enemigo de la educación política manualesca que tanto daño hizo a la vieja izquierda, es un conocedor profundo del marxismo y de la teoría crítica, los que utiliza regularmente como herramientas de análisis.


Durante dos años cursó la carrera de economía en la UNAM, en México. Aquí conoció a figuras centrales en su formación académica y política, como Francisco Juliao (organizador de las ligas campesinas), Ruy Mauro Marini y Teotonio dos Santos. Considera ese periodo como uno de los mejores de su vida.


El MST nació de la lucha por la tierra y en contra del latifundio improductivo. Surgió en 1984 y adquierió ese nombre por un accidente periodístico: la prensa comenzó a llamarlos los sin tierra. Apenas entre el 20 y el 23 de enero pasados celebró su décimo tercer encuentro nacional.


En su fundación desempeñó un papel central la Iglesia católica. Años antes de su nacimiento, religiosos inspirados en la teología de la liberación habían desarrollado un trabajo muy profundo de concientización en el mundo rural. La Iglesia era la única institución con presencia real en todo Brasil.


João Pedro estableció una relación muy estrecha con el CPT, que comenzó a organizar grandes encuentros nacionales sobre la problemática del campo. Nació como un movimiento autónomo e independiente de los partidos políticos y de la Iglesia. Hay quien, desde la izquierda, no se los perdona. Desearían que la organización se subordinara al gobierno de Lula y que no lo criticara.


El MST apoyó la campaña electoral de Lula, pero nunca firmó un cheque en blanco con su gobierno. Acostumbra moverse en el filo de la navaja. No rompe con ese gobierno definitivamente, mas no renuncia a presionarlo. Su actuación frente al gobierno ha sido siempre la misma: presiona, critica y, cuando viene al caso, aplaude.


En una época en la que muchas organizaciones campesinas han desaparecido o entrado en crisis, el MST sobrevive, se fortalece y crece. Se trata de un movimiento con gran fuerza de masas: cerca de 700 mil familias participan en sus filas.


En su interior se privilegia la educación política y formal de sus militantes, retomando las enseñanzas de pedagogos como Paulo Freire. Sus escuelas de cuadros son verdaderas universidades campesinas y sus convenios con instituciones educativas del Estado un ejemplo de cómo se puede avanzar en la transformación de la enseñanza. Desde ellas se promueve la elaboración de un nuevo pensamiento y una nueva praxis transformadora de la realidad. Reivindica la necesidad de elevar el nivel educativo de los campesinos para que sean ciudadanos, en todo el sentido de la palabra.


El MST otorga gran importancia al trabajo internacional. Desempeñó un papel central en el nacimiento de Vía Campesina. Sostiene una escuela técnica agroecológica en Venezuela. Apoya las luchas de liberación en diversas partes del mundo.


Ve con gran simpatía la lucha del EZLN en Chiapas, al que, entre otras cosas, le reconoce haber puesto en riesgo su vida para alcanzar su objetivo. Coincide con el zapatismo en el intento por crear un gran movimiento de masas capaz de transformar la realidad.


João Pedro es un dirigente excepcional, una especie de anfibio político, que lo mismo nada en las aguas populares, que en círculos académicos o entre quienes practican la política institucional. En todos los niveles es capaz de moverse sorprendentemente bien: lo mismo imparte una conferencia en una universidad que explica con gran sencillez la más compleja realidad a un grupo de campesinos, a los que defiende a muerte y no da tregua a sus adversarios políticos. Responde personalmente los mensajes que le llegan a su correo electrónico y con eficacia da entrevistas a los medios de comunicación en portugués y español.


Él, así como el movimiento en el que participa, se han negado a contar con representantes populares. Algo excepcional, dado que casi todo mundo quiere ser diputado o funcionario público a casi cualquier precio. «Ni la televisión ni los votos cambian la realidad», afirma.


Una de las ideas-fuerza centrales es que la lucha por la reforma agraria sólo tenía futuro si se desarrollaba como una lucha de masas. Sin embargo, la lucha en el campo ha cambiado drásticamente su naturaleza. Frente a los cambios que se han operado en los agronegocios en los últimos 10 años, la cuestión agraria se quedó amortiguada. Los latifundistas se convirtieron en burguesía agraria y dejaron de producir para el mercado interno. Los dueños de estas empresas -muchas de ellas trasnacionales- son ahora sus enemigos principales. En esas circunstancias el movimiento campesino ha debido cambiar su estrategia.


Luchador incansable y tenaz, João Pedro Stédile representa a una clase de dirigentes sociales que casi no existe ya, pues fue absorbida por la política institucional o se retiró, decepcionada, a la vida privada.


Stédile sostiene que «Dios es campesino (y probablemente latinoamericano) y el maíz es nuestra moneda». Su organización, el MST, es, con mucho, una de las más avanzadas políticamente de cuantas existen en América Latina. En los años recientes ha dado mucho de qué hablar. En los que vienen adquirirá una presencia aún mayor.


La Jornada 03/02/09

Por: Luis Hernández Navarro

Aunque sucedió hace 10 años, la muerte de Mónico Rodríguez es más actual que nunca. En un momento en el que la izquierda partidaria mexicana se hunde en el pantano de la corrupción, el abandono de los principios y el oportunismo político, la trayectoria vital de Mónico muestra que no todo está perdido. En la estirpe de los indómitos, de la que él forma parte destacada, está una de las claves para la recomposición ética de la izquierda.


El 4 de diciembre de 1998, a los 70 años de edad, falleció Mónico Rodríguez. Con los acordes de Tampico Hermoso y La Internacional, interpretados por la banda Atlacholoaya y la bandera roja con la hoz y el martillo cubriendo su féretro, sus parientes, camaradas y amigos le dieron la despedida.


Tornero calificado, experto en la fragua, organizador sindical, peluquero fracasado, ceramista, inventor y fabricante de un cañón antiaéreo, pintor, laudero y dirigente comunista, Mónico Rodíguez perteneció, tal como lo dijo de su amigo y compañero Rubén Jaramillo, a la estirpe de los indómitos. Aunque nunca tuvo poder o fama, durante años su nombre fue una leyenda entre los luchadores sociales de Morelos y el sur de Puebla, que lo visitaban en su casa y taller mecánico de Chiconcuac, Morelos, para enterarlo y escuchar sus consejos.


Nació en Torreón, Coahuila, el 13 de abril de 1918. Su ombligo quedó enterrado en el patio de la vecindad en que vivía su familia. Su padre, Samuel, fue un simpatizante magonista que se unió a las filas de la División del Norte durante la Revolución y luego se hizo comunista. Obrero ilustrado, medio filósofo y medio poeta, leguleyo, pendenciero y tomador, Mónico aprendió de él las primeras lecciones de la lucha de clases.


La vida de Mónico transcurrió entre sentimientos ambiguos de admiración y rechazo hacia su padre. La magia de su arrolladora personalidad se desvanecía a los ojos de su hijo cuando maltrataba a su madre. «Yo le daba la razón a él -decía a propósito de las diferencias religiosas entre sus progenitores-, pero se la negaba cuando la golpeaba.»


Junto a su familia viajó por varias regiones petroleras del país y sufrió todo tipo de privaciones. A los 14 años terminó el cuarto grado de primaria. La colección de El Machete -el periódico del Partido Comunista Mexicano (PCM)- fue su biblioteca y diccionario. En sus páginas se enseñó en política, cultura, poesía, economía e historia. Estudió marxismo en El a, b, c del comunismo, de Bujarin. Aprendió de su papá que el «comunismo es el arte y la ciencia de la liberación del proletariado».


Con 15 años de edad cumplidos entró a trabajar al ingenio de El Mante, rechazando una beca para continuar sus estudios en la ciudad de México. Cuatro meses más tarde se convirtió en aprendiz de mecánico, a pesar de que su padre le decía: «vale más ingeniero chambón que obrero chingón». Anhelaba rescatar a su madre de los maltratos de su esposo.


Aventajado en asuntos de mujeres, dio su primer beso a una muchacha que le parecía una virgen proletaria. La ensoñación que le produjo ese primer contacto con los labios femeninos se convirtió en pesadilla al enterarse de que su doncella era tuberculosa. Casi no pudo atender a su segunda ilusión amorosa. «Más que en mis brazos la tuve en mi cartera», decía. Finalmente, años más tarde, ya en Morelos, después de un difícil cortejo, se unió a Alberta, quien sería la abnegada compañera de su vida y madre de sus hijos. Como buen comunista, aceptó casarse por la iglesia, con ella vestida de blanco.


Mónico Rodíguez trabó en Zacatepec, Morelos, una profunda amistad y relación política con Rubén Jaramillo, que duraría hasta el asesinato del líder campesino, en 1962. Fue el responsable de organizar las huelgas en el ingenio y la zafra azucarera de 1942 y 1948, la lucha de nueve pueblos en Atencingo, y la organización de células comunistas y sindicatos democráticos en el corredor textil de Puebla y Tlaxcala. Participó en la promoción de la huelga ferrocarrilera de 1958-1959 y como dirigente de los padres de familia en la movilización magisterial de 1958-1960 y la toma del edificio de la Secretaría de Educación Pública. Fue el vínculo para acercar a Rubén Jaramillo con Othón Salazar. Años después, junto con un grupo proveniente del espartaquismo, trató de reorganizar a los jaramillistas. En 1962 se encontró con Lucio Cabañas. Apoyó la lucha indígena de Yalalag contra el cacicazgo y los primeros intentos de organización en Tlahuitoltepec, Mixe.


Aunque fue cuadro profesional del PCM durante 12 años, su combatividad, independencia y compromiso con la lucha lo llevaron a tener múltiples conflictos con la burocracia del partido, despreocupada por hacer trabajo obrero o por brindar formación comunista a los líderes. Su familia vivió esos años con múltiples penurias y carencias, literalmente en la miseria. La gota que derramó el vaso fue cuando la dirección del partido le ofreció una beca para que sus hijos estudiaran en la ciudad de México, pero, en lugar de ello, los internó en un hospicio.


Vestido con el mismo saco gris de siempre, de rostro pequeño y angulado, calvo, de barba cana, cejas extensas y arqueadas y nariz larga de anchas fosas nasales, Mónico estuvo rodeado de muchas personas que lo quisieron y admiraron. Hombre sencillo y modesto, enemigo del puritanismo y la mojigatería, con una sabiduría ganada a golpes de vida, viajó y promovió la organización autónoma de obreros y campesinos. El célebre astrónomo Luis Rivera Terrazas, camarada suyo de andanzas, decía que al triunfo de la revolución socialista en México la ciudad de Puebla sería rebautizada como Monicotlán.


La vida de Mónico ha sido transmitida por militantes que lo conocieron y respetaron, como Vicente Estrada y Francisco González. En Radio Educación, Ricardo Montejano divulgó una espléndida serie de entrevistas que le hizo. Julián Vences escribió su biografía en el libro Comunista y carmelita descalzo. Su yerno, Renato Ravelo -hoy también finado-, dio a conocer fragmentos de su lucha en Los jaramillistas.


La Jornada 09/12/08

Albert Einstein

Albert Einstein

¿Debe quien no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una serie de razones creo que sí.

Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede parecer que no haya diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana -como es bien sabido- ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.

Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó «la fase depredadora» del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.

En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por sí mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y -si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos- son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.

Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: «¿Por qué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?»

Estoy seguro de que hace tan solo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?

Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.

El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de estos diferentes y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto «sociedad» significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual, y emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la «sociedad» la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra «sociedad».

Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido -exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral han hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.

El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.

Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del hombre deben ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos -que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos- en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es solo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.

Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad.

La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo -no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas. A este respecto, es importante señalar que los medios de producción -es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional- puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.

En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré «trabajadores» a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción – aunque esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es «libre», lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.

El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directa o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.

La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de «contrato de trabajo libre» para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo «puro». La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un «ejército de parados». El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a esa amputación de la conciencia social de los individuos que mencioné antes.

Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.

Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males: el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.

Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?

Albert Einstein

Monthly Review, Nueva York. Mayo de 1949

http://www.lospobresdelatierra.org/

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