Pulso crítico
J. Enrique Olivera Arce
El dinosaurio no estaba muerto, en la fiesta de disfraces se ocultaba tras la máscara del PAN.
05/12/2012
Plausible el intento por buscar la unidad de las principales fuerzas políticas en torno a un programa mínimo consensuado, que garantice armonía y civilidad cuando menos en los primeros cien días de gobierno del presidente Peña. Sin diálogo constructivo y acuerdos viables en el seno del Congreso de la Unión, difícilmente podrían prosperar las iniciativas priístas tendientes a dar soporte legislativo, tanto al propósito de legitimar el nuevo mandato, como a los cambios que se pretenden imprimir para alcanzar los objetivos de un nuevo estilo de gobernar. De ahí que el pacto firmado entre el PRI, PAN y PRD, sea visto con buenos ojos en tanto evitaría repetir confrontaciones, dimes y diretes que en los últimos años empantanaran la acción de gobierno.
Las 5 vertientes estratégicas y 13 cursos de acción que delinea el presidente Peña, como proyecto de gobierno en un esfuerzo serio para modernizar y hacer competitivo al país sin descuidar objetivos sociales, por lo ambicioso de sus alcances, es digno de aplauso, más su viabilidad está en duda tanto por su correlato presupuestal para financiarlo sin incurrir en déficit fiscal o nuevos impuestos, como por el respaldo social que requiere para llevarse a cabo. De ahí la importancia de buscar consenso entre las diversas fuerzas políticas y que mejor, que un pacto de concordia y unidad política.
No obstante, como reza la conseja popular, el camino al infierno está empedrado con buenas intenciones. No basta el acuerdo cupular de la partidocracia para que el consenso aterrice, ya no digamos en un amplio sector informado de la población, cuando menos en la militancia de los partidos signatarios del pacto en cuestión. Un cascarón vacío sin respaldo social es un llamado más a una misa, ahora de tres padres.
Para que un ambicioso propósito de unidad y concordia entre los partidos mayoritarios prospere, el “Pacto por México” tendría que partir de la unidad de intenciones y propósitos al interior de cada uno de los institutos políticos involucrados. Sin consulta previa y careciendo de estructuras democráticas, las cúpulas partidistas transitan por una vía y las bases por otra, atendiendo cada quién a expectativas propias e intereses creados particulares y de grupo.
A lo que habría que agregar que el pacto se da en México. País nada serio en el que la palabra empeñada no garantiza nada. A más de que se establece un pacto de honor anticipado y al margen del contexto de polarización política y social que deviene de la elección presidencial. Ni son los tiempos ni el escenario es del todo propicio para establecer acuerdos entre fuerzas políticas confrontadas. El estira y afloja al interior del PRD, es ejemplo de ello; la corriente de “los chuchos” firma de espaldas al sentir de las corrientes más radicalizadas del partido.
En este marco, ¿cómo aterrizar un pacto de unidad y concordia que involucre a toda la población? ¿Basta con un acuerdo cupular en el seno de la partidocracia? A mi juicio, es algo menos que imposible, partiendo de la idea de que la participación social es restringida y la democratización de las estructuras partidistas no está contemplada para el corto y mediano plazo. A lo que se agrega el inocultable cuestionamiento tanto a los partidos políticos como a la democracia representativa vigente.
La manzana de la discordia en lo electoral, subyace bajo las buenas intenciones, si es que existen, entre los actores protagónicos signatarios del pacto. Para el presidente Peña, en la forma, el acuerdo partidista le legitima. No así entre amplios sectores de la población que perciben que la legitimidad del titular del ejecutivo federal es expediente no cerrado. La dicotomía fondo y forma en la estrategia peñanietista para alcanzar la unidad de propósitos, no está conciliada y, por tanto, no genera credibilidad.
Pero hay otra cosa que implica riesgos no previstos. La radicalización no sólo está presente en las autonombradas izquierdas, al interior del PRI hay quien piensa que llegó la hora de la revancha tras 12 años de gobierno panista y que, el pacto signado es la oportunidad para imponer un pensamiento único por decreto. O estas a favor del proyecto de Peña Nieto o estás en contra, sin medios tonos que maticen pluralidad política y desigualdad social y cultural. Si estás en contra eres enemigo de México y, por tanto, sujeto a exclusión y represión. Contraviniéndose los buenos propósitos y objetivos contemplados en el pacto, y abriéndose el camino al autoritarismo como expresión contraria a los avances democráticos alcanzados en las tres últimas décadas.
No se puede hacer de lado que la renovación del PRI aún está en el tintero, las tentaciones del dinosaurio de retornar al pasado están aún latentes bajo la piel de oveja.
Si se quiere que el “Pacto “Por México” prospere, tiene que darse paso a la profundización de la democratización del país, haciendo efectiva la participación ciudadana en todos los ámbitos de la vida nacional. Ese es el reto para el nuevo gobierno y para la ciudadanía para alcanzar paz social, armonía y civilidad en la búsqueda de la transformación y modernización del país. Mientras la partidocracia persista en mantener secuestrada a la democracia representativa, a mi entender este será el principal obstáculo para que el acuerdo entre partidos responda a las intenciones del presidente Peña, por muy bien intencionadas que estas sean.
Hojas que se lleva el viento
Para que no quede duda ni haya lugar a confusión, la Sra. Gina Domínguez Colío, Directora de comunicación social y vocera oficial del ejecutivo estatal, con la contundencia que el caso ameritaba, expresó a la diputación local que en los medios de comunicación veracruzanos no hay autocensura, sino autocontrol. Y diputados y diputadas, ni pío en atención a su maiceado muy propio y personal autocontrol. Veracruz también tiene cosas bonitas, que caray.