J. Enrique Olivera Arce
Cuando más requiere México de serenidad, buen juicio y visión de futuro en su clase política, esta se desliza vertiginosamente en el tobogán de la descomposición y el descrédito, como se puede observar al través de la ventana jarocha.
No bastan pactos, acuerdos y hasta comisiones especiales y observadores de alto nivel para frenar la pugna antidemocrática que, deviniendo en cochinero electoral, tiene de cabeza a Veracruz.
Sólo hay un responsable: quien por comisión u omisión ha perdido el control político en la entidad que dice gobernar. No hay de otra, así debemos aceptarlo y exigir pague lo justo quien diera al traste con la cristalería.
Ya señalábamos en otra ocasión que el actual proceso electoral que desembocará en la elección de diputados locales y alcaldes, nació enfermo. Para la mayoría de los veracruzanos el diablo lo besó.
Y la enfermedad parece ser terminal. El cáncer que corroe a la vida política de Veracruz, no tiene cura, si a su vez lo ubicamos en los terrenos de la descomposición y crisis de un sistema de partidos políticos que ha perdido credibilidad, vergüenza y vigencia en México, como ya también lo comentara en pasados maquinazos.
Primero fue el PRD el que en Veracruz colgara los tenis. Fallecido y sepultado, su alma en pena sigue dando de que hablar. A continuación el PAN, fragmentado, sin rumbo cierto y ajeno a su raíz ideológica y programática, a jalones y estirones se niega a reconocer su calidad de cadáver insepulto.
¿Y el PRI? En espera de su turno en la debacle partidista. Su estructura y operatividad en la entidad se sostienen con ganchitos. La corrupción y simulación a su interior brotan cual nauseabundas póstulas en los 212 municipios puestos en subasta. Si algo le sostenía era el libre juego electoral haciéndole la contra a una tibia oposición. Sin esta, queda ausente la motivación del renuevo y se fortalece la tentación autoritaria de comerse a solas todo el pastel. El cinismo desbordado terminará más pronto que tarde por devorarle.
Sin dirigencia legítima, ahora aherrojada literalmente por un clientelismo obrero insurrecto, y con un primer priísta sin autoridad y control político en su estado, el PRI, o lo que queda de este, no deja de ser ya un vacío cascarón al que la gente rechaza. Lo único que le da respiro es su relación con el primer priísta de la nación y eso, está en duda.
La morralla no cuenta. O los partidos menores, estatales o con registro nacional, son cómplices, simple comparsa de sus hermanos mayores ó por su tamaño y ausencia de conexión con las mayorías, juegan porque tienen que jugar. Los dineros públicos con que se sostienen, no son nada desdeñables como para rechazarlos tirando el arpa a mitad de la contienda.
En este escenario de descomposición la ciudadanía ya dice ¡Basta!
No es nada circunstancial que esté prosperando entre los votantes la idea de los candidatos independientes o sin registro. Aún a sabiendas de que no se tiene posibilidad alguna de que prospere tal propuesta, todo, antes que sufragar por un candidato o partido que no representa a nadie, salvo a los intereses espurios personales o de grupo de una tan corrupta como desacreditada clase política.
Dañada la nave en su línea de flotación por intereses locales en Veracruz, la federación acusó el golpe que amenazara con llevar la lumbre a los aparejos del llamado pacto por México. Se negoció un “Adéndum” cupular, como cupular es el propio pacto, para preservar el clima de civilidad, equidad y competencia en los procesos electorales que en 14 entidades federativas tienen lugar en el presente año. Palabras, papeles y firmas que se lleva el viento, el esfuerzo federal es en vano, como nulo es el interés jarocho en el rescate de un proceso electoral que ha nacido muerto.
La única salida sería el ciudadanizar vigilancia, seguimiento y control de la elección por parte de los principales interesados, los votantes. No entra en los planes de la partidocracia tamaño despropósito. Las reglas del juego, la cancha, el balón y los tiempos tienen dueño, el poder no se comparte y menos con la indiada.
Y aún así, hay que votar, ejerciendo y defendiendo un derecho que aún conservamos. Así que no queda de otra y hasta que el cuerpo aguante. No para hacerle el juego a partidos y candidatos, no se lo merecen, pero sí para hacer valer dignidad y voluntad ciudadana.
Votemos por “Cantinflas”, si ello nos place, pero con pleno conocimiento de causa de por qué y para qué, confiando en que nada es eterno, ya llegarán los tiempos del desquite.
https://pulsocritico.wordpress.com